El montaje del “mito” Bolsonaro
Osvaldo
León *
Habida cuenta que
tras la destitución ilegal de la presidenta Dilma Rousseff se establece en
Brasil un virtual Estado de excepción, las últimas elecciones llegan
condicionadas por tal situación para dar un barniz “democrático” al proceso
golpista. No solo se trata de la omisión
de la justicia electoral ante el carácter fraudulento de un hecho flagrante:
inducir a la población a elegir candidatos sobre la base de noticias falsas
diseminadas masivamente de manera permanente y repetitiva, sino de la colusión
mediática-judicial-militar para trabar un nuevo triunfo presidencial del Partido
de los Trabajadores (PT).
Si bien la arremetida
mediática contra los gobiernos petistas arranca en el año 2005, a los tres años
de la presidencia de Luiz Inacio Lula da Silva, colocando como punto central de
agenda el tema “corrupción” con el escándalo del mensalão (mensualidad) –que
revela un esquema de propinas en la compra de votos de parlamentarios de otros
partidos, vigente desde fines de los ’80 –, no es sino en el 2014 que se
proyecta con una estrategia más elaborada en sintonía con la Operación Lava
Jato, que impulsa la presidenta Rousseff para combatir la corrupción.
Pero resulta que
desde el momento que la Lava Jato inicia sus labores, el combate a la
corrupción prácticamente se transforma en combate al PT con el respaldo de un
sólido blindaje mediático, particularmente del poderoso grupo O Globo, que
convierte al principal de dicha operación, el juez Sérgio Moro, en paladín de
la “limpieza moral” del país con facultades para incluso actuar por encima de
la ley, como en efecto ocurre de manera reiterada con operativos en formato de
alta intensidad mediática espectacularizada y posterior viralización por redes
digitales.
De esta manera se va
configurando un ambiente psicosocial propicio para el posterior impulso de las
cruzadas anti-corrupción/anti-PT, sobre todo con hechos montados o
tergiversados y con un relato pautado con dosis crecientes para inocular odio,
pero sobre la base de un factor clave: la enorme sincronización mediática, que
se hace aún más evidente cuando ésta pasa a propiciar y articular las cuatro
movilizaciones por la destitución de la Presidenta que se realizan en el 2015,
con las lecciones aprendidas durante las llamadas “Jornadas del 2013”.
En agosto del 2016
Rousseff es destituida, sin prueba alguna, con el voto de 61 senadores (de 81),
entre los cuales están 41 involucrados en procesos legales por corrupción, pero
que en las circunstancias se erigen como paladines de la ética. En julio del 2017, el expresidente Lula da
Silva es condenado, igualmente sin prueba alguna, y en abril del 2018,
encarcelado. Posteriormente su candidatura presidencial es anulada con argucias
legales y por amenazas militares, precisamente porque las encuestas señalaban
que podía ganar en la primera ronda electoral.
Después de todo, la
suerte del golpe de Estado, para recolocar en Brasil un rumbo neoliberal bajo
el comando del capital financiero nacional e internacional, difícilmente iba a
ponerse en juego en la ruleta electoral.
El golpe blando
Para ubicar el
carácter y sentido de estos acontecimientos, que a la postre resultaron
gravitantes en el desenlace electoral, es preciso tener presente el proceso de
reconfiguración en el campo de la derecha a partir de estrategias de la “guerra
híbrida”, la cual conjuga tácticas conocidas de inteligencia y de alta
tecnología (desde propaganda hasta redes digitales), con recursos semióticos
para impactar y movilizar la acción ciudadana para desestabilizar gobiernos
progresistas, la versión tecnológica de la Guerra Fría.
En junio del 2013,
Brasil es escenario de movilizaciones estudiantiles contra el alza de pasajes y
la demanda de un servicio público de calidad, impulsadas por el Movimiento Pase
Libre (MPL), pero con el pasar de los días adquiere un sentido diferente en
razón de la intervención de cuadros formados en el programa Estudiantes Por la
Libertad (EPL) que por medio de las redes sociales viran la pauta del MPL para
sobreponer la del MBL, Movimiento Brasil Libre, que plantea la defensa del
libre mercado y la privatización de los servicios públicos. Pero también logran darle un giro al carácter
de las movilizaciones al proyectarlas como a-partidarias (cuando no simplemente
anti política) y en pro de la destitución de la presidenta Rousseff.
A partir de entonces,
el MBL se afianza como agrupación, contando con un significativo respaldo del
Atlas Network de EEUU, entidad que recauda fondos de empresas y fundaciones
privadas para reclutar, formar y subvencionar a jóvenes en defensa del libre
mercado y para combatir a regímenes considerados como autoritarios, en la línea
de los golpes blandos. La experticia
adquirida en este sentido habrá de permitir que esta organización juegue un rol
muy significativo en el proceso del impeachment.
Y luego en la campaña de Bolsonaro, pues su candidatura fue auspiciada por el
Partido Social Liberal (PSL) en cuyo comando se encuentran dirigentes que
provienen de dicho movimiento.
Jair Messias
Bolsonaro, excapitán del ejército, no es un outsider
de la política en tanto desde el 1991 se ha desempeñado como diputado, transitando
una decena de partidos políticos hasta llegar al PSL, en enero del 2018, que le
postula a la presidencia. Más que por la
presentación de iniciativas de ley, en la Cámara se hace notar por la defensa
cerrada de la dictadura militar y la violencia verbal contra sus adversarios,
como también por sus posiciones racistas, homofóbicas, misóginas y excluyentes,
salpicadas con un tono moralista.
Con las jornadas de
junio en el 2013, inicia la guerra híbrida en curso, sostiene el semiólogo
Wilson Roberto Vieira, precisando que luego, de manera sistemática, se asiste a
la demonización de la política, la destitución de un gobierno, el
envenenamiento del psiquismo nacional y la polarización que despolitiza y traba
cualquier debate racional. Todo ello iniciado con las bombas semióticas
detonadas diariamente por los medios de masas, que luego se expande con la
velocidad viral de las redes digitales. Y en este ambiente Bolsonaro despunta
como un “mito”.
Después de años de un
trabajo diario del complejo judicial-mediático para crear el odio anti-PT y
destruir la propia política y la figura de los políticos, para la gente común
las elecciones se tornan un estorbo. Es
más, cuando la propia justicia electoral, siguiendo ese movimiento de
vaciamiento de la política, enflaquece el formato de las elecciones: menor
tiempo de campaña, “autofinanciamiento”, restricción de diversas formas
tradicionales de propaganda, etc., se establece un ambiente favorable de lo
supuesto “nuevo”, identificado con aquellos candidatos “anti-política”,
“anti-sistema”, explica Vieira.
Todo esto, acota,
favoreció la campaña de Bolsonaro concentrada en redes digitales, contando con
la experticia de Bannon. Así, la nueva derecha descubre la cultura viral: no
apela más a las masas en una esfera pública, sino a individuos aislados en sus
dispositivos móviles, en una esfera pública refeudalizada. Esto es, la derecha
aprendió que memes, noticias falsas, rumores, mentiras tienen efecto viral y
crean acontecimientos – climas, atmósferas, percepciones. A posteriori, denuncias o condenas éticas o
judiciales no deshacen los efectos.
El “ciudadano de
bien”
En un análisis sobre
los electores del excapitán, la antropóloga social Isabela Oliveira Kalil
señala que la extrema derecha brasileña “ha hecho de las manifestaciones de
calle una especie de ‘laboratorio de experimentación’ para poner a prueba una
nueva forma de comunicación y por tanto una nueva forma de hacer política. Esto es, se trata de un fenómeno que se da en
Internet, pero que es parte de una articulación entre la calle y las redes
sociales”.
En este sentido,
precisa, la estrategia comunicacional del candidato Bolsonaro se basó en la
segmentación de información para los diferentes perfiles de potenciales
electores, y aunque deje la impresión de que puede haber una serie de
contradicciones e incoherencias en sus discursos, “al segmentar el
direccionamiento de sus mensajes para grupos específicos, la figura del ‘mito’
–como es llamado por sus electores– consigue asumir diversas formas, a partir
de las diferentes aspiraciones de sus seguidores”.
Al respecto, sostiene
Oliveira, lo más importante en la “tipificación de los electores es que no
existe ‘el elector de Bolsonaro’ como la caracterización de un grupo social
específico”, pero es posible ubicar “determinados valores difusos capturados
por la figura del ‘ciudadano de bien’ – entre hombres y mujeres”, que se va
estableciendo en las manifestaciones públicas “como elemento de distinción
entre los participantes de las ‘manifestaciones pacíficas’ respecto a los
participantes de las ‘manifestaciones pendencieras”.
“El ‘ciudadano de
bien’ se refiere a un conjunto de conductas de los individuos en la vida
privada, a un conjunto de formas específicas de reivindicación política en la
vida pública y a un conjunto particular de temas y agendas que pasaron a ser
considerados como legítimos. Es de esta
forma que el ‘ciudadano de bien’ extrapola las formas de conductas individuales
y pasa a designar aquellos que no son como ‘comunistas’, ‘petistas’ o de
izquierda –considerados como apoyadores de la corrupción y ‘no
trabajadores’. Se trata de una noción
específica de personas y un sentimiento de pertenencia a una forma correcta de
estar en el mundo”, precisa.
De modo que la figura
de “ciudadano de bien” se configura como una especie de repositorio que logra
captar y atraer una serie de dimensiones críticas respecto de la sociedad y del
poder instituido. Y con el tiempo
consigue “captar tendencias ‘antisistema’ (‘contra todos los partidos’, ‘contra
todos los políticos’, ‘contra todo y contra todos’), para luego atraer
dimensiones de la crítica anticorrupción (tanto en su sentido estricto
financiero, cuanto en su forma moral, cuanto en su forma religiosa).
Así, el ‘ciudadano de
bien’ pasa a distinguirse también de categorías, grupos y personas ligadas a la
izquierda”, consiguientemente como “una especie de barrera moral y política al
‘avance del comunismo’, a la ‘ideología de género’, a las amenazas a la
libertad religiosa”.
A partir del estudio
de campo realizado en los tres últimos años, Isabela Oliveira identifica 16
diferentes perfiles de los electores de Bolsonaro: 1- personas de bien
(instituciones fortalecidas para el fin de la impunidad), 2- masculinidad viril
(armas para que los civiles hagan justicia por sus propias manos), 3- nerds,
gamers, hackers e haters (la construcción de un mito), 4- militares y
exmilitares (guerra a las drogas como solución a la seguridad pública), 5-
femeninas y “bolsogatas” (el empoderamiento de la mujer más allá del “mimimi”
-“discurso de la victimización” de la mujer), 6- madre de derecha (por una
escuela sin “ideología de género”), 7- homosexuales conservadores (hombre es
hombre, no importa si gay o hetero), 8- etnias de derecha (minorías perseguidas
para que posicionen a favor de Bolsonaro), 9- estudiantes para la libertad
(voto rebelde contra el “endoctrinamiento marxista”), 10- periféricos de
derecha (los pobres que desean el Estado mínimo), 11- meritócratas (el
antipetismo de los liberales que “vencieron” por su propio mérito), 12-
influenciadores digitales (liberales y conservadores “salvando a Brasil de
convertirse en Venezuela”), 13- líderes religiosos (la defensa de la familia
contra el “kit gay” y otros pecados), 14- fieles religiosos (cristianos por la
“familia tradicional”), 15- monarquistas (el retorno a un pasado glorioso); 16-
exentos (“la política no se discute” – en círculos de amigos íntimos y
reuniones familiares).
Tutelaje militar
En este entramado, no
hay que perder de vista el tutelaje militar existente, que ha salido de su
aparente neutralidad para marcar la cancha.
Así, durante el proceso del golpe, pocos días antes de la destitución de
la Presidenta, el juez Sérgio Moro fue galardonado con la “Medalla del
Pacificador”, el reconocimiento de más alto honor del Ejército, como un mensaje
tácito de su posicionamiento en esa coyuntura.
Con el golpe, se
incrementa el protagonismo de las FFAA, tanto por la crisis de seguridad
pública en diversos estados, como por las vicisitudes de un gobierno
impopular. De modo que, paulatinamente,
altos oficiales en retiro e incluso en funciones –contrariando el código
disciplinario militar– pasan a pronunciarse sobre cuestiones políticas, por lo
general en defensa de medidas de excepción implementadas en los dos últimos
años. Uno de los señalamientos más
contundentes en ese sentido es el ya memorable tuit del comandante del
Ejército, general Villas Bôas, la víspera del juicio del habeas corpus a Lula
da Silva por el Supremo Tribunal Federal, para en un momento decisivo
sutilmente expresar la oposición a la concesión de la libertad al expresidente,
como una virtual posición institucional.
El veredicto va en esa línea.
Lula queda fuera de la contienda electoral y, por tanto, el camino queda
despejado para Bolsonaro.
En los estamentos
castrenses, la figura del capitán retirado era vista con reserva por su
trayectoria anodina, cuanto más que fue separado de la institución por
indisciplina, pero al incorporar en la papeleta el nombre del general Hamilton
Mourão para la vicepresidencia, esta fórmula, implícita o explícitamente, es
acuerpada por el estamento militar en su anhelo de retomar protagonismo en la
vida nacional. Y todo parece indicar que
de diez puestos claves en el gobierno, cuatro estarán en manos de militares.
“Con Dios y la
familia”
Junto al estamento
militar hay otro contingente clave: las comunidades evangélicas
neopentecostales que, de más en más, se están afirmando sobre todo en estratos
medios empobrecidos y los pobres de las periferias en las grandes ciudades,
aunque también tienen políticas específicas para llegar a los diversos
segmentos sociales. Pero al fin de
cuentas es el único soporte articulado territorialmente que tiene Bolsonaro,
cuya relación se establece a partir de su tercer matrimonio, con Michelle,
integrante de la Iglesia Bautista.
Como en el transcurso
de la gestión petista se va desdibujando uno de sus principales postulados
iniciales: ética en la política, la campaña del candidato triunfador se coloca
en el plano de los valores con un tono de guerra moral, sobre la base del
combate a la corrupción, apelando a la retórica evangélica a partir de la
premisa: “Dios por encima de todos”.
La sintonía con estas
comunidades que tienen territorialmente contacto con la gente, termina por
dotarle de una base militante que se asume como referente de valores morales,
si bien sobre varios obispos de estas iglesias pesan denuncias de lavado de
dinero y la utilización de las donaciones de sus fieles para ampliar sus
respectivos negocios y consolidar el conglomerado mediático que poseen.
Esta cruzada, lejos
de terminar con las elecciones, se perfila como uno de los ejes del próximo
gobierno para “moralizar” al país en términos de una virtual teopolítica. En este sentido, los dardos apuntan al
llamado “marxismo cultural”, que es visto como la mayor amenaza a los valores
tradicionales, a la familia y, en suma, a la civilización. El Ministro de Educación designado, el
colombiano Ricardo Vélez, por ejemplo, en sus primeras declaraciones señaló que
los brasileños son rehenes de un sistema de enseñanza que busca imponer “un
adoctrinamiento de índole cientifista y enquistado en la ideología marxista”,
como la educación de género. Mientras el
futuro canciller, Ernesto Araujo, considera que la globalización, el
calentamiento global, entre otros, no pasan de ser una invención del “marxismo
cultural”.
En tanto que el
presidente electo ya anticipó que “el poder popular no necesita más de
intermediación. Las nuevas tecnologías
permitirán una relación directa entre el elector y sus representantes”, pues a
su entender la prensa está inundada por izquierdistas que fabrican mentiras
para perjudicarle. Implica que
continuará la estrategia sustentada en desinformación para destruir el sentido
mismo de realidad, anular el debate, y en ese vacío moverse con dogmas de fe.
Queda por ver si tal
estrategia será suficiente cuando ya no se trata de campaña sino de gobernar,
que requiere credibilidad. Por lo
pronto, el líder del combate a la corrupción ya tiene dificultades para aclarar
las denuncias del Consejo de Control de Actividades Financieras sobre movimientos
financieros atípicos que involucran a su hijo Eduardo, por lo pronto. Aunque no parece incomodarle que nueve de los
22 ministros de su gabinete se encuentren bajo indagación judicial por actos de
corrupción.
¿Y qué con el
WhatsApp?
El “Trump tropical”,
como internacionalmente ha sido catalogado Bolsonaro por su reverencia al
mandatario estadounidense a quien trata de emular, durante la campaña –a
diferencia de sus oponentes que se inclinaron por los espacios en TV– sus
fichas en grueso apostaron a las redes sociales digitales, en las cuales ya
tenía un importante recorrido para decir lo que no diría en un canal abierto.
Como esta fórmula va
a continuar –intensificando la cruzada moralina con nuevas “denuncias” que
arrinconen mucho más a Lula y al PT vía lawfare–
para tapar o cuando menos distraer a la ciudadanía respecto a las severas
medidas neoliberales de austeridad y de recorte de derechos que se anuncian,
veamos brevemente el mecanismo comunicacional montado por el equipo del próximo
mandatario de Brasil.
“Considerando la
campaña de Bolsonaro a la presidencia, el diagrama de red, que poco a poco va
siendo desvelado, parece organizarse con tres niveles escalares”, sostiene
Euclides Mance en un prolijo análisis sobre el tema. El primer nivel de esta red de redes está
integrado por actores militares, políticos y económicos, que es donde “se toman
las decisiones estratégicas de alto mando. Este nivel se compone de una red
centralizada. Pero Bolsonaro no está en el centro de ella. Él es solo un
actor secundario en medio de un conjunto de conexiones y flujos de red que ya
existían antes de él”.
El segundo nivel es
descentralizado, pues “cada concentrador del segundo nivel está conectado a un
conjunto determinado de nodos del tercer nivel y no a todos ellos”, acota,
precisando que “la conexión se hace básicamente a través de WhatsApp. Por su parte, Facebook, Twitter, Instagram y
Youtube son importantes para la segmentación de los públicos según sus
preferencias y para posicionamiento abierto de diferentes contenidos”.
En este nivel “los
robots o bots, operando con algoritmos de inteligencia artificial, cumplen un
papel central e indispensable en la organización del flujo de comunicación”.
“El tercer nivel de
la red se distribuye –la conexión se hace punto a punto –peer to peer– con alta capilarización y participación del receptor
en la agregación de mayor carga de intérpretes al redistribuir el mensaje
recibido, añadiéndole comentarios. Aquí
se trata, de hecho, de las personas que reciben mensajes en sus celulares y las
repasan, a grupos familiares, de iglesias y otros”, precisa Mance.
*Director de
América Latina en Movimiento (ALAI).
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