Teoría práctica
Emir Sader
La separación entre teoría y
práctica es algo que acompañó a la izquierda a lo largo de casi un siglo.
Quedaron atrás los momentos en que los grandes dirigentes políticos de la
izquierda eran, a la vez, grandes intelectuales. Marx, Lenin, Trotsky, Rosa
Luxemburgo, Gramsci fueron marcados ejemplos de aquel momento en que teoría y
práctica se imbricaban mutuamente.
A partir de la estalinización de
los PCs y del abandono de parte de la socialdemocracia del anticapitalismo, la
teoría pasó, la teoría tendió a estar recluida en las universidades y centros
de estudio, sin tener ninguna injerencia en la realidad, teorías sin
trascendencia práctica. Mientras que la práctica política se fue amoldando a
las estructuras existentes de los sistemas políticos, sin análisis más
profundos de la realidad y sin capacidad de diseñar futuros alternativos.
Latinoamérica tiene una larga
tradición de pensamiento crítico, que tiene como fundador a Mariátegui, con su
capacidad creativa de captar, en el marco del marxismo, nuestra realidad en sus
particularidades. En este siglo la intelectualidad crítica vivió nuevos
desafíos, frente a la ola neoliberal, no solamente como proyecto económico,
sino como modelo hegemónico renovador del capitalismo.
En un primer momento, se trató de
resistir a la ofensiva neoliberal, defendiendo a las empresas públicas de las
privatizaciones, los derechos de los trabajadores, las regulaciones estatales,
la soberanía externa. Ello exigió solamente firmeza de principios. Pero incluso al interior del Foro Social
Mundial hubo quienes –especialmente intelectuales europeos– optaron por
criticar al Estado desde el punto de vista de la sociedad civil, rindiéndose a
tesis de carácter liberal.
En lugar de proponer procesos de
democratización del Estado, han preferido caracterizar al Estado como
reaccionario, conservador, adversario de los movimientos sociales. Pero han
sido posiciones minoritarias, que no han sobrevivido con fuerza al surgimiento
de los gobiernos anti-neoliberales en América Latina.
Fue el momento de Chávez, Lula,
Néstor y Cristina, Pepe Mujica, Evo, Rafael Correa. Una parte solamente de la
intelectualidad latinoamericana ha comprendido el carácter profundamente anti-neoliberal
de esos gobiernos, que respondían concretamente a los desafíos de construir
alternativas al neoliberalismo.
Otros han mantenido puntos de
vista críticos y distancias, cuando no oposición frontal. Unos, afirmando que
esos gobiernos no eran distintos de los gobiernos neoliberales que los habían
antecedido y a los cuales se oponían. No veían cómo la Venezuela de Chávez era
radicalmente distinta de la que él había heredado. Ni cómo el Brasil de Lula
era absolutamente otro que el país que Cardoso le había dejado. Ni que la
Argentina de Menem era un país frontalmente diferente al que los Kirchner
habían reconstruido. Ni que los gobiernos del Frente Amplio uruguayo habían
cambiado radicalmente a la sociedad de ese país. Ni que entre los gobiernos
anteriores y el de Evo Morales había un abismo de diferencias. Ni que el
Ecuador de Rafael Correa era otro país que el de gobiernos anteriores.
Otros han tratado de descalificar
a esos nuevos gobiernos, como caracterizándolos de modelos de exportadores
primarios, dilapidadores de la naturaleza.
No vieron las trasformaciones económicas, sociales y políticas que esos
países han tenido, por ejemplo, en comparación con países que habían mantenido
políticas neoliberales como Perú y México.
Son intelectuales que se han
alejado de la ola progresista que había barrido el continente, que no consiguen
ningún tipo de apoyo popular y que tampoco logran proponer alternativas de
gobierno, haciendo que las alternativas a esos gobiernos hayan estado siempre a
la derecha, como la posterior crisis de algunos de esos gobiernos lo han
demostrado.
Aun la parte de la
intelectualidad que se ha identificado con esos gobiernos en general no ha
tenido una participación activa en la formulación de las políticas anti-neoliberales,
que han sido más mérito de los líderes de esos procesos. Gran parte de la
intelectualidad de esos países ha votado por esos gobiernos, pero bajo la forma
de un consenso pasivo –los han
preferido a los de derecha o de ultraizquierda–, pero sin participar
activamente de la construcción de las nuevas políticas y muchas veces sin
siquiera participar del intenso debate ideológico.
La retomada de la ofensiva
conservadora puso en crisis a los gobiernos progresistas, que fueron
sustituidos en varios casos –Argentina, Brasil, Ecuador– por gobiernos de
restauración neoliberal o sometidos a duras ofensivas de la derecha, como en
los casos de Venezuela, de Bolivia e incluso de Uruguay.
En este período la distancia
entre la práctica intelectual y los desafíos políticos concretos de la realidad
latinoamericana se ha vuelto más evidente. Los líderes políticos de la
izquierda, los partidos, los movimientos populares no cuentan, en general, con
las contribuciones de intelectuales que puedan ayudar a hacer balances, ubicar
las debilidades, apuntar hacia la superación, comprender el nuevo período
político que tenemos por delante. Los partidos, los líderes, los movimientos
populares tienden a sufrir el aislamiento respecto a la intelectualidad.
Una tendencia al encierro en las
universidades, centros de estudio, instituciones, se corresponde con los
procesos de despolitización y de burocratización en los medios intelectuales.
Rasgos típicos de épocas de reveses, de repliegue de la izquierda, de pérdida
de iniciativa y de ofensiva de la derecha. En el período actual es notoria la
falta de participación de la intelectualidad en los debates públicos, la pérdida
de perfil de la presencia de gran parte del pensamiento social latinoamericano,
revelando un período de baja de la creatividad teórica y del compromiso
político.
Las tendencias críticas, que no
valoran las conquistas de este siglo, tienden a predominar. El alejamiento de
partidos y movimientos populares, la adhesión a otras alternativas. Pero,
principalmente, la despolitización, el refugio en temas e intercambios
académicos, lejos de las prioridades y las urgencias políticas de sus países,
del continente y del mundo. Las críticas a los partidos y liderazgos de
izquierda vuelven a encontrar espacio, a veces de forma muy coincidente con las
de la derecha, después de haber prácticamente desaparecido, en los años de auge
de los gobiernos progresistas, frente a los cuales habían perdido su discurso.
Es muy significativo que Álvaro
García Linera, quien fuera considerado el más importante intelectual
latinoamericano, reciba manifestaciones de rechazo en el medio intelectual del
continente. Que Rafael Correa no sea reivindicado también por el medio
intelectual, como si él no fuera, además de gran líder político, un importante
intelectual latinoamericano. Señales de que la contraofensiva conservadora hace
sentir sus efectos también, de forma directa o indirecta, en la intelectualidad
latinoamericana.
Solamente la comprensión de la
perspectiva histórica en la que se ubica Latinoamérica, de la naturaleza de los
problemas que enfrenta la izquierda, del carácter de los reveses actuales, de
la dimensión de los nuevos desafíos, de los elementos de continuidad con la
lucha anti-neoliberal y de los elementos nuevos, que exigen readecuaciones de
parte de la izquierda, permitirán un nuevo ciclo de compromiso de la
intelectualidad latinoamericana con la historia contemporánea de nuestro
continente. No caben más iniciativas que no se traduzcan en contribuciones
concretas, en nuevas interpretaciones de lo que vivimos.
La intelectualidad del
pensamiento crítico latinoamericano necesita más profundidad, creatividad,
trabajo colectivo, compromiso político, ideas, acercamiento a los movimientos y
partidos populares. Agregar a la resistencia al neoliberalismo, la
participación concreta, con análisis y propuestas, en la recuperación de las
fuerzas anti-neoliberales. De lo contrario la teoría se volverá a apartar de la
práctica, se perpetuará como ideas sin trascendencia hacia la realidad concreta
y se facilitará la ofensiva política e ideológica de la derecha.
Sin teoría, la práctica se vuelve
impotente. Sin práctica, la teoría se vuelve inocua.
*Sociólogo y politólogo brasileño; coordinador del Laboratorio de Políticas
Públicas de la Universidad Estadual de Río de Janeiro (UERJ).
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