Bolsonaro no traerá la paz sino la guerra
Javier Tolcachier
Investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en
agencia internacional de noticias Pressenza.
Dos son los principales argumentos por los que muchas personas votaron a
la extrema derecha en Brasil: el combate al delito y a la corrupción. El
legítimo reclamo de muchos electores es simple: las personas quieren vivir en
paz y con seguridad, no quieren trampas ni abusos, desean prosperidad para
ellos y sus familias. Pues bien: Bolsonaro, los que mueven los hilos detrás de
él y los que lo apoyan, representan todo lo contrario.
Si logra vencer en la segunda vuelta electoral, no combatirá a los
corruptos en el parlamento, el aparato del Estado, el empresariado o los medios
porque los necesita para Si Bolsonaro triunfa, no traerá la paz sino la guerra.
Guerra contra los pobres, los campesinos y la clase media trabajadora
El programa económico del fascismo brasileño será comandado por el
financista Paulo Guedes, educado y ejercitado en el fanatismo neoliberal.
Privatizará las empresas y bienes del Estado e instaurará un régimen similar al
de Pinochet en Chile: se recortarán derechos laborales como el aguinaldo
garantizado por ley y las horas extras, se privatizará el sistema de pensiones
condenando a la miseria a los actuales jubilados, no habrá más programas de
ayuda para pobres como Bolsa Familia y otros.
Guedes además es socio y miembro del comité ejecutivo de un fondo de
inversiones, por lo que es fácil entender que Brasil se convertirá en una
economía financiera, dependiente, y de preponderante exportación primaria,
dejando de lado el desarrollo industrial y científico, lo cual dificultará la
inserción laboral de personal con formación técnica y terciaria.
Con la especulación y la venta de activos e instituciones del Estado se
liquidarán millones de puestos de trabajo que hoy son el sostén de la clase
media trabajadora y se achicará el consumo y el mercado interno, del cual viven
los comerciantes y la mayor parte de la clase media independiente, como sucede
hoy en Argentina.
Al extenderse la desocupación, los salarios serán más bajos y el trabajo
será precario, dependiente de la voluntad del patrón, como lo eran antes de las
reformas de la era Vargas.
El candidato apoyado por el poder dijo además que dará fin al
“activismo”, en clara referencia a los movimientos que reclaman por tierra y
techo en el ámbito rural y urbano respectivamente. Con ello da una señal clara
a sus socios latifundistas del campo, quienes ahora más que nunca tendrán carta
blanca para arremeter con sicarios y milicias contra los campesinos organizados
primero, y para expulsar después a todo el que se oponga a sus órdenes y a la
extensión de sus dominios en el campo. Del mismo modo, ese discurso abre paso a
la represión de cualquier protesta social pacífica que reivindique derechos
sociales, consolidando las premisas antipopulares y esclavistas que impulsaron
el golpe contra el gobierno de Dilma.
Por todo ello, ningún pobre, ningún campesino, nadie que se considere
clase media, debería votar por Bolsonaro en la segunda vuelta.
Guerra contra la Educación, la Salud y la Cultura
Bolsonaro no será el que gobierne, sino una figura títere. Gobernarán
los bancos, los militares, un sector de la iglesia pentecostal y a control
remoto, los Estados Unidos. Será un país para pocos, para los que puedan pagar.
De este modo, la educación y la salud de calidad serán pagas. Se desfinanciarán
a las universidades, se desatenderá la educación pública, se cortarán programas
de asistencia al desarrollo educativo de los sectores marginados. Se cerrarán
centros de salud en las periferias y los hospitales del Estado quedarán
desabastecidos.
Lo público será vaciado para obligar a la gente a entregarse al dominio
privado, tal como aconteció en los 90’. La cultura será un privilegio para los
adinerados como lo fue en la época aristocrática y monárquica. No habrá fomento
estatal para el cine y las artes y la cultura libre tendrá que sobrevivir con
otros trabajos, si los encuentra…
Por todo ello, ningún estudiante, maestra o profesor, ninguna doctora,
enfermero o usuario de la sanidad pública, ningún cantante, pintor, escultor,
escritor, nadie del mundo del arte y la cultura debería votar por Bolsonaro en
la segunda vuelta.
Guerra armada
En caso de ser electo, el candidato extremista militarizará el combate
contra el delito. Creer que eso detendrá el delito o el narcotráfico es
ingenuo. Lo único que se logra con eso es el aumento indiscriminado de la
violencia y el homicidio. Basta ver lo ocurrido en México. De acuerdo con
fuentes oficiales, entre el 2006 -fecha en la que el gobierno de
Calderón instaló la “guerra contra el narco” con efectivos militares- y el
2018, murieron en ese país 250 mil personas. La gran mayoría, personas pobres,
tanto de un lado como del otro. Pero también muchos inocentes, mujeres, niños,
periodistas y defensores de derechos humanos. Brasil tiene 200 millones de
habitantes, 75 más que México, una política de esas características sería lisa
y llanamente un genocidio.
Por otro lado, Bolsonaro ha dicho explícitamente que quiere liberar la
portación de armas, al estilo norteamericano. Eso llevaría a matanzas en
las escuelas, justicia por mano propia en cada esquina, ajustes de cuentas
permanentes, un virtual estado de guerra civil. Con ello además, lejos de
disminuir, el delito aumentará por la facilidad de los delincuentes de conseguir
armamento.
Por eso, quienes realmente quieran vivir en paz, quienes detesten el
delito y la violencia, no deben votar por Bolsonaro en segunda vuelta.
Guerra religiosa
Brasil ha sido a lo largo de su historia una nación tolerante de las más
distintas creencias. En este gran país convivieron el cristianismo, los cultos
de origen africano y fueron acogidas e integradas grandes comunidades
inmigrantes de credo musulmán, judío, shintoista y budista. Del mismo
modo, floreció en este país la cultura espírita, el ateísmo y varias
generaciones crecieron al calor de la fe positivista, que plasmó su influencia
en el lema que lleva la bandera verdeamarela.
Hace un par de décadas, comenzó a crecer del seno mismo del cristianismo
una corriente pentecostal militante que ganó fuerte adhesión en la población
olvidada de las periferias.
Bolsonaro, quien siendo católico toda su vida se convirtió a la iglesia
evangélica recién en el 2016 -probablemente por cálculo político– ha
establecido una alianza para llegar al poder con el millonario Edir Macedo,
fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios y dueño del
multimedios Rede Record en Brasil. El objetivo es claro:
convertir progresivamente a Brasil en una suerte de teocracia evangélica,
modificando el aparato legal como lo hace el fundamentalismo islamista en
diversos países del Medio Oriente y África.
Por ello, quien se precie de su tolerancia religiosa y viva su
espiritualidad como amor por los demás, quienes rechazan indignados la
posibilidad de que una única fe sea impuesta que discrimine y persiga a los
diferentes, aquel que por sobre todas las cosas sienta la humanidad en todos,
independientemente de su adhesión a un credo, no votará a Bolsonaro en segunda
vuelta.
Guerra a los que piensan o viven diferente
Justamente la diferencia es lo que horroriza al fascismo. La libertad de
expresión y opinión, la libre elección sexoafectiva, la multiplicidad de formas
familiares y comunitarias, las opciones, la diversidad. La visión del mundo del
fascismo es uniformar a todos y todo, es pensar de un solo modo, es no
cuestionar el mundo, las normas, los hábitos. Todo debe ser determinado y
obedecido, so pena de ser castigado o excluido.
La prédica intolerante, homofóbica, machista, la justificación del odio habrán
de envenenar la atmósfera social, desatando en un sector de la población una
fuerte agresividad, que más allá de las prácticas gubernamentales, desembocará
sin duda en nuevos actos de violencia.
Por ello, toda persona crítica, democrática, que ame la libertad y guste
del intercambio de opiniones, de la diversidad de colores del arco iris y la
profusión de formas y especies existente en la propia naturaleza, todo aquel
que admire el portento de la invención y la creatividad humana, no debería
votar a Bolsonaro en segunda vuelta.
Guerra a los negros y los indígenas
Al mirar cómo votaron las regiones en Brasil, se manifiesta una verdad
histórica. Si bien es cierto que los gobiernos de Lula y Dilma hicieron mucho
por el postergado Nordeste brasileño -lo cual fue retribuido en las urnas con
el apoyo a Haddad- es evidente como el Sur, que concentra la mayor parte de la
economía brasilera, favoreció al candidato derechista. Al igual que sucedió con
los estados esclavistas sureños en los Estados Unidos previo a la Guerra de
Secesión, el Sur brasileño parece albergar todavía un sector racista y el
Nordeste, patria de quilombos, parece constituirse nuevamente en reducto de
independencia para los descendientes de antiguos cimarrones liberados de la
oprobiosa esclavitud.
La memoria histórica y la intuición difícilmente se equivoquen. Un
gobierno tutelado por los militares brasileños tendría muy poco que ofrecer a
los negros, salvo la renovación de funestos grilletes a través de la quita del
derecho a gozar de iguales oportunidades que el resto.
Algo similar ocurriría con los pueblos indígenas. Continuarían siendo
vejados, discriminados, expulsados de sus territorios para favorecer a la
industria maderera, la minería a gran escala, las extensiones de cultivo para
biodiesel, los megaproyectos de infraestructura, la explotación de los
acuíferos, en suma, la total degradación de un entorno medioambiental que
alimenta material- y culturalmente a las 250 comunidades indígenas que habitan
en el territorio brasileño. Por eso, la población negra, mestiza e indígena no
debería votar a Bolsonaro.
Guerra en América Latina y el Caribe
Así como un gobierno de Fernando Haddad favorecería el acercamiento de
Brasil a Latinoamérica, ayudaría a recomponer la bloqueada integración regional
y sería un factor de importante distensión diplomática, un triunfo de Bolsonaro
en segunda vuelta augura un recrudecimiento de la agresión contra países
gobernados por la izquierda como Venezuela, Bolivia, Nicaragua o El Salvador.
Peor aún, el militarismo que hoy comanda la campaña, sería la voz decisiva en
ese gobierno, por lo que no es descabellado pensar que establecería un eje
común con el gobierno colombiano, hoy en manos del uribismo, para aumentar la
amenaza de eventuales acciones bélicas conjuntas en la frontera con Venezuela.
De ser una potencia en el mundo, aliada a través del BRICS al pujante
multilateralismo emergente, Brasil pasaría a ser apenas un estado subalterno de
los Estados Unidos, degradado al grado de sargento para América Latina y el
Caribe.
A la vez, la ascensión de un gobierno bajo tutela militar -en claro
paralelo al gabinete de Trump- alentaría a algunos integrantes y facciones de
diversos ejércitos latinoamericanos a pensar en replicar el ejemplo,
conduciendo a la región toda de regreso a la época oscura de las dictaduras
militares.
La posibilidad de nuevos conflictos bélicos, la guerra interna junto a la amenaza de un gobierno dictatorial debería bastar para que los amantes de la paz y del desarrollo humano retiren todo apoyo a Bolsonaro.
La posibilidad de nuevos conflictos bélicos, la guerra interna junto a la amenaza de un gobierno dictatorial debería bastar para que los amantes de la paz y del desarrollo humano retiren todo apoyo a Bolsonaro.
Guerra contra las mujeres
El candidato de la extrema derecha ha mostrado una actitud
discriminatoria y una total falta de respeto hacia las mujeres. Señalar que una
mujer es “muy fea para ser violada”, considerar una “flaqueza” haber tenido una
hija, justificar la diferencia salarial entre hombres y mujeres u oponerse a
los cupos femeninos con la acotación “si ponen mujeres porque sí, van a tener
que contratar negros también", han sido algunos de los insultos con los
que Bolsonaro transparentó lo que piensa de las mujeres (y los negros).
Si a esta actitud personal se le agrega el carácter profundamente
retrógrado y violento de los grupos que lo apoyan, la conclusión es obvia: su
gobierno se opondrá a los derechos conquistados por las mujeres en ardua lucha,
modificará los programas de educación sexual y reproductiva, frenará cualquier
iniciativa tendiente a despenalizar el aborto. La violación y la violencia
contra la mujer volverán a ser asunto privado y no de Estado, el que se desentenderá
de toda promoción activa de la mujer en el ámbito educativo, laboral o
científico.
Esta visión del mundo implica finalmente que la mujer debe cumplir el
papel sumiso y obediente que el patriarcado la asigna.
Es por eso y por todo lo anterior que las mujeres brasileñas tienen una
misión crucial el 28 de Octubre. Al igual que millones de hermanas de todas las
épocas, ellas tienen en sus manos, sus corazones y sus votos, junto a la
mayoría de hombres buenos y verdaderamente piadosos, la posibilidad de parar la
guerra. Esta vez, antes de que empiece.
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