Del progresismo al fascismo
Nils Castro
Politólogo panameño
No hace falta repetir que Jair Bolsonaro es apologista de la dictadura,
ultraneoliberal y fascista, ni que, tras su prematura baja como capitán, por 25
años fue apenas un diputado mediocre. La cuestión de fondo es por qué en la
primera vuelta los electores lo tuvieron a cuatro décimas de ser electo y le
regalaron la mayoría parlamentaria. Y qué hacer.
No solo el petismo fue vencido por voluntad popular. La peor derrota la
sufrió la derecha liberal, que por décadas protagonizó a toda la derecha.
Extrema derecha siempre hubo, pero resignada a secundar los candidatos
decididos en el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Al cabo el descrédito acumulado por la ineficacia y corrupción de la
democracia representativa de las oligarquías agraria y financiera hundió el
barco. Luego de tres derrotas ante Lula y el fiasco de Michel Temer, el PSDB
dejó de asegurarle la ampliación de sus privilegios. A su vez, para un pueblo
castigado por la crisis y decepcionado por el sistema político, desde el
segundo gobierno de Dilma el PT ya había dejado de garantizar lo contrario.
En ese ámbito vaciado, faltó quien asumiera el papel de líder
antisistema, antipolíticos, anticorruptos, antiflojos y extirpador de
delincuentes. La teatralidad de Bolsonaro, con los valores en blanco y negro de
los capos urbanos y rurales -racismo, homofobia, xenofobia y machismo-, fue
oportuno en medio del desaliento cultivado por los medios de comunicación
hegemónicos.
El sentimiento anti-PT fue una elaboración acumulada desde las protestas
contra los estadios durante el Mundial de fútbol, la real o ficticia corrupción
de funcionarios del PT, y toda la basura que ellos arrojaron durante el proceso
de defenestración de Dilma, para eliminar la alternativa progresista en la
cultura política popular.
Considerando las circunstancias, lo conservado por el PT en el primer
turno es una proeza. Combatido por la gran prensa y el sistema judicial, y
hostigado por las autoridades electorales, vio a su líder y candidato
aprehendido y condenado sin pruebas, y privado del derecho a postularse. Tras
una larga batalla legal, cuando Lula propuso a Haddad, pasaba del 40% de las
preferencias. Pero a Lula lo sostenía un pasado intransferible.
Por añadidura, el absurdo acuchillamiento de Bolsonaro le facilitó a
éste eludir los debates por televisión. Así, mientras en el último de estos los
demás contrincantes confrontaban sus proyectos, el presunto convaleciente
explayaba una larga y amigable entrevista por el mayor canal de la televisión
evangélica.
Cuando los sondeos mostraron el ascenso de Haddad y la posibilidad de
que superase a Bolsonaro en la segunda vuelta, al final sorprendió el abrupto
crecimiento del excapitán. Ante el pronóstico de que aún podían ser derrotadas,
las derechas concentraron su votación en Bolsonaro. Ese último crecimiento del
candidato fascista implicó un igual drenaje del voto de las demás derechas; el
total de la votación antipetista no creció más, sino que se concentró en su
extremo más reaccionario.
Ahora veremos al choque decisorio entre el núcleo fascista, a la cabeza
de todas las derechas, contra la pluralidad de los sectores democráticos y
progresistas del país, en la persona del candidato del PT. Lo que no sucederá
en circunstancias de normalidad institucional ni legal, sino en unas
condiciones donde los jueces y los comunicadores más potentes están alineados
con la opción más reaccionaria. Se llama a formar un frente del Brasil
democrático para detener la embestida reaccionaria, pero los partidos
tradicionales no parecen tener ganas, crédito ni gente con qué cambiar el
desenlace.
Cualquiera sea el resultado, la etapa que siga será más riesgosa que
ningún período anterior, y contendrá muchas lecciones para el próximo futuro
latinoamericano. Esta esa historia no concluye ahora, salta a un espacio
preñado de alternativas.
Pero es el progresismo y las demás izquierdas quienes más deberán
revisar y corregir las conductas y desaciertos que los trajeron a esta
situación, y las que seguirán. Si las banderas originales se plegaron, o las
imputaciones de corrupción hicieron daño, se debió a que sí hubo acomodos y
errores que los medios hegemónicos supieron aprovechar. Si las derechas y sus
mentores imperiales tienen éxito, ello se debe a que esas conductas corroyeron
la confianza popular, hicieron más vulnerable al progresismo y más ineficaces a
las izquierdas.
Adormecidas por un optimismo bobalicón, fallaron en su responsabilidad
de desarrollar la cultura política popular, así como de prever y contener la
ofensiva reaccionaria. Incluso en la eventualidad de una victoria, es a las
izquierdas a quien la próxima etapa les exigirá una honesta autocrítica
objetiva, y una enérgica renovación moral y estratégica
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