Cuba en el frenesí de la Casa Blanca
Jesús Arboleya*
Según varios
medios de prensa, un alto funcionario de la Casa Blanca, el cual no quiso ser
identificado, declaró que John Bolton, asesor de seguridad nacional del
presidente Donald Trump, estaba listo para denunciar el papel de los servicios
de inteligencia cubanos en apoyo al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela.
Según esta
fuente, la conclusión de la Casa Blanca es que solo gracias a este respaldo
cubano, Maduro se mantiene en el poder. Tal parece que se pretende retornar a
la vieja retórica de que Cuba “es la fuente” de los problemas de Estados Unidos
en la región.
Es una
maniobra que parece insertada en los intentos para disminuir sensiblemente el
impacto del apoyo a Cuba en la votación contra el bloqueo en la ONU, pero
también refleja el interés de incluir a la Isla en la campaña que se lleva a
cabo contra Venezuela.
No hay algo
nuevo en el libreto, si acaso lo más llamativo ha sido la incapacidad de
Estados Unidos para lograrlo. Incluso la mayoría de los gobiernos de derecha
que han tomado el poder en América Latina en los últimos años, hasta ahora han
tratado de no afectar sus relaciones con Cuba y lo mismo ocurre en Europa,
donde se aprecia un sostenido mejoramiento de las relaciones, a partir de los nuevos
acuerdos firmados con la Unión Europea.
La razón
puede ser encontrada en el posible impacto de ambas políticas hacia lo interno
de los países que las promueven. Mientras que el caso venezolano resulta
funcional para neutralizar y dividir a las fuerzas progresistas locales, la
solidaridad con Cuba constituye un factor de unidad de las fuerzas de izquierda
en América Latina y el Caribe, cuenta con el apoyo de amplios sectores
populares e incluso de una parte de las burguesías nacionales, que perciben las
relaciones con Cuba como una demostración de independencia frente a Estados
Unidos.
Consciente de
esta realidad, la política de Barack Obama estuvo dirigida a diferenciar el
tratamiento de ambos casos e, incluso, a intentar debilitar el apoyo de Cuba a
Venezuela, lo que tuvo que ser rechazado en varias ocasiones por el gobierno
cubano.
Pero la
política de Donald Trump no transita por estas sutilezas y en ello tiene mucho
que ver la composición del actual Consejo de Seguridad Nacional, encabezado por
John Bolton.
Cuando Bolton
fue nombrado para ocupar este cargo, resultó obvio que se habían roto los
diques que podían controlar los desenfrenos del actual presidente
norteamericano y que la política exterior de Estados Unidos había caído en
manos no solo de los sectores más agresivos del país, sino de los menos
escrupulosos.
Considerado
un “halcón de la guerra”, Bolton ha estado vinculado a la promoción de del uso
indiscriminado de la fuerza como sostén de la política norteamericana en el
mundo. Iraq, Libia, Siria, Corea del Norte, Cuba y Venezuela, han sido
objetivos de sus cruzadas.
Cuando no han
existido causas convincentes para justificar sus posiciones, Bolton ha sido uno
de sus más fecundos inventores. Para solo mencionar algunos casos, su mano
aparece en la construcción del mito de las armas de destrucción masiva en Iraq,
lo que justificó la invasión norteamericana a ese país, fue uno de los
principales defensores de la escisión de Estados Unidos del pacto nuclear con
Irán y uno de los promotores de la cancelación de los acuerdos sobre armas
nucleares con Rusia.
Ha sido
acusado por sus propios colegas de intentar adulterar los informes de
inteligencia con el fin de sustentar sus propuestas. Más aún: uno de los
argumentos que se utilizaron para no confirmar su nombramiento como embajador
ante la ONU en el 2005, fue que había mentido en sus declaraciones al Congreso.
En el 2002,
siendo subsecretario de Estado de la administración Bush, Bolton acusó a Cuba
de tener la capacidad y la posible intención de producir armas biológicas. De
hecho, la misma excusa que se había utilizado para la invasión a Iraq. Aunque
ello fue desmentido por varias fuentes de la inteligencia de ese país y por el
propio expresidente Jimmy Carter, durante una visita que realizó a Cuba en esos
momentos, dejó claro las intenciones del sujeto y su peligrosidad.
No más asumir
el puesto en el gobierno de Donald Trump, Bolton eliminó a aquellos que no
compartían sus criterios y en su lugar colocó a personas leales a su ideología
de extrema derecha. Entre ellos, precisamente para atender la política hacia
América Latina, a Mauricio Claver-Carone, un lobista anticubano, cuya mano es
fácil distinguir entre los “altos funcionarios que prefieren no ser
identificados”.
Cuba no es
ajena al frenesí que distingue a la política norteamericana en todos sus
aspectos. Mucho más en un contexto electoral donde todo vale con tal de alentar
a sus seguidores. Las mentiras forman parte del discurso oficial y la impunidad
está dada por la enajenación de un sector de la sociedad, incentivado por
sentimientos muy primitivos.
Lo pronosticó
alguien tan poco sospechoso de antimperialista como Zbigniew Brzezinski: la
ignorancia del pueblo norteamericano condiciona la posibilidad de que cualquier
demagogo pueda gobernarlo.
Donald Trump
es un producto de esta enajenación y también su manipulador por excelencia. En
el menosprecio del pueblo norteamericano y la explotación de sus divisiones
radica su fortaleza y hasta ahora le ha funcionado.
*Doctor en Ciencias Históricas, profesor del Instituto
Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa” (ISRI)
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