La alianza para revivir los golpes de Estado en América Latina
Oto Higuita*
Colombia rechazó mayoritariamente los acuerdos de
paz en el plebiscito y se muestra dispuesta a una guerra con Venezuela, ¿hay
lógica en rechazar la paz interna y promover la guerra externa?
A la luz de la historia reciente, es probable, los
hechos, más que la propaganda, indican que puede darse una conflagración que
involucre varias naciones, en una guerra de incalculables consecuencias e
incierto resultado, en el área Andina del continente.
¿A qué obedecería una guerra entre países hermanos,
de estas características? En gran parte, a las nuevas formas de la geopolítica
en la disputa por recursos e influencia en el mundo, modelo económico y
político, en un contexto multipolar, con EEUU dispuesto a volver al modelo
proteccionista, mientras China y otras potencias defienden el libre cambio.
En Latinoamérica, hace mucho no se producen guerras
binacionales. Un tipo de confrontación y escaramuzas de guerras civiles
internas fueron las que se produjeron durante la llamada Guerra Fría a
partir de los golpes de Estado que impusieron dictaduras y juntas
cívico-militares anticomunistas, dirigidos por EEUU y con el apoyo de la
extrema derecha, entre el 1950 y el 1980, con el objetivo de frenar el auge de
partidos y movimientos políticos contrarios a los intereses económicos de
monopolios norteamericanos y eliminar la influencia comunista en la región,
garantizando la permanencia de gobiernos satélites de Estados Unidos, y así
articular el continente a la disputa global entre el campo socialista y el
capitalista.
Sin embargo, los ejemplos más recientes de agresión
militar e invasión directa los tenemos en Nicaragua y Panamá. A Nicaragua le
impusieron una guerra civil, o guerra de los Contras, tras el triunfo de
la Revolución Sandinista en el 1979 contra la dictadura de Anastasio Somoza,
quien contaba con el apoyo del EEUU; minada desde adentro y afuera, destruida,
cercada y bloqueada económicamente el gobierno sandinista fue obligado a
transferir el poder en el 1990 luego de una elecciones impuestas, a Violeta
Chamorro, para la “transición democrática”.
Panamá fue invadida en el 1989 por 26 mil soldados
gringos, la excusa del imperio fue que Manuel Noriega, general que gobernó de
facto entre el 1983 y el 1989 y quien había sido agente de la CIA, se había
convertido en una amenaza y peligro para la seguridad interna de EEUU Fue
acusado de narcotraficante y extraditado, luego de la masacre y poca
resistencia que encontraron, pero para muchos críticos y analistas
internacionales, la razón de fondo de la invasión fue recuperar el control
sobre el Canal de Panamá, que había sido devuelto al país, luego de los
tratados Torrijos-Carter en el 1977.
Ahora bien, el modelo que sigue en estos momentos
EEUU con el objeto de derrocar el gobierno legítimamente constituido de
Venezuela, es el que ha seguido en del Medio Oriente. De hecho, en siete países
de esta región y África, EEUU lleva a cabo operaciones
militares directas.
La invasión a Irak en el 2003, su destrucción,
bloqueo económico y de medicinas, según la revista británica de medicina The Lancet, causó la muerte de 650 mil iraquíes. No se conocen
con precisión cifras de destrucción y muertes en Afganistán, Libia, Yemen,
Somalia, Níger y Siria. No obstante, Irak sigue en medio de una crisis y
violencia que no ha cesado, fue completamente destruido y su petróleo subastado
a las potencias que invadieron. Poco o nada de las promesas de paz,
estabilidad, democracia y libertad ha quedado.
La excusa para invadirlos es que eran regímenes
terroristas o que apoyaban el terrorismo, y es prácticamente el mismo modelo,
con ligeras variaciones, el que están imponiendo en el resto del mundo. El caso
más emblemático fue Osama Bin Laden,
fundador de Al Qaida, que pasó de ser agente de la
CIA al peor terrorista y enemigo público número uno.
Para lograr su objetivo principal, cambiar un
régimen no sometido a su control por uno sometido, generan una gran matriz de
opinión con mentiras y falsas noticias, para causar miedo y pánico en la
población; en el caso de Irak, repitieron miles de veces que Sadam Hussein
poseía armas de
destrucción masiva, lo que resultó en un completo
engaño. Al mismo tiempo, crearon gobiernos “paralelos” dentro o fuera del país,
líderes políticos dóciles que tenían o compartían los mismos intereses del
gobierno de EEUU y las potencias de la alianza comprometidas con las agresiones
e invasión.
Con Venezuela han intentado varias estrategias,
como el golpe “blando” para desestabilizarla, apoyando una oposición golpista
asesina, que prende fuego a aquellos “sospechosos” de ser chavistas o
simpatizantes del gobierno, incendian hospitales, atacan escuelas y guarderías,
queman vehículos públicos, atacan directamente a las fuerzas armadas y los
cuarteles, como se ha visto en las manifestaciones guarimberas de los últimos
años. Como no les ha dado el resultado que persiguen, han cambiado la
estrategia.
Luego del reconocimiento del verdadero usurpador,
Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional en desacato de acuerdo al
Tribunal Supremo de Justicia, quien concertó los pasos a dar con su protector
Donald Trump, un acto considerado traición a la patria en muchos Estados, éste
se autoproclamó “presidente interino” y a Nicolás Maduro lo calificó de
“usurpador” e “ilegítimo”, patraña y mentiras difundidas y repetidas por la
matriz de opinión internacional que apoya el golpe de Estado.
De hecho, se adelantaron las elecciones
presidenciales para el 20 de mayo del 2018, a petición de la oposición
golpista, es decir, antes del 10 de enero del 2019 como lo establece la
Constitución venezolana en sus artículos 230 y 231. Pero los resultados le
fueron adversos a la oposición golpista, a pesar que 6 candidatos se
inscribieron y participaron, elecciones donde Nicolás Maduro fue elegido
presidente por seis millones 248 mil 864 votos de nueve millones 389 mil 56, el
67,84%, por quienes decidieron votar y ejercer democráticamente su derecho al
sufragio.
Con la autoproclamación de Guaidó vino
automáticamente su reconocimiento como “presidente” por el Grupo de Lima,
países cuyos gobiernos de derecha se alinderaron inmediatamente con el golpe
que lidera la potencia imperial. Mientras, el “presidente” impuesto ha seguido
perfectamente el juego, como un verdadero títere. “Imparte” órdenes nombrando
embajador ante Colombia, ante la ONU, pide a otras potencias que retengan los
activos de empresas venezolanas, desconociendo y violando completamente las
reglas y compromisos del Derecho y tratados internacionales.
La otra arma con que cuenta la oposición golpista y
EEUU, es el cerco, aislamiento y asfixiamiento de Venezuela, como lo han hecho
con Cuba por seis décadas sin resultados, impidiendo la compra de medicamentos,
equipos de médicos y alimentos, bloqueando sus cuentas en oro y activos por
ventas petroleras en el extranjero, como el Banco de
Inglaterra que se niega a devolver oro por valor de 500 millones de dólares. Y más
recientemente, el Departamento del Tesoro anunció el congelamiento
de siete mil millones de dólares de
PDVSA.
Lo que preocupa realmente de una agresión o
invasión a Venezuela, son las consecuencias y sus resultados. Se trataría de una
confrontación bélica que involucraría otros países, como Colombia y Brasil,
cuyo presidente Bolsonaro, un ex militar que ha aplaudido los golpes militares
y las dictaduras en el continente y que está a favor de derrocar el gobierno de
Venezuela.
Una guerra contra ella sería provocar un colapso
del sistema regional, y Colombia como agente activo, desde su presidente Iván
Duque y la diplomacia que improvisa en materia de relaciones diplomáticas y
Derecho Internacional, está metida de pies y manos en el plan para derrocar un
gobierno con el cual tiene profundas diferencias, y eso los ha llevado a ser
proactivos con el golpe de Estado, reconociendo a Guaidó como “presidente”, al
embajador que éste acaba de nombrar ilegalmente, como se ha dicho repetidas veces,
violando normas del derecho internacional, los protocolos diplomáticos, el
orden jurídico interno, la soberanía y el derecho que le asiste a Venezuela a
resolver, sin injerencia alguna, sus problemas internos.
El punto neurálgico aquí es Colombia, ya que EEUU
posee siete bases militares en su territorio, lo cual le facilitaría un apoyo
no solo logístico sino movimiento de tropas hacia la frontera con Venezuela. Ya
el halcón de la guerra John Bolton dejó ver la intención que tienen cuando
escribió en su libreta cinco mil
tropas a Colombia.
La sociedad colombiana también está profundamente
dividida, no solo por la crisis y amenaza de invasión a Venezuela, sino que
padece graves contradicciones y conflictos internas. Por un lado, el conflicto
armado interno que hace aguas, no se cierra definitivamente y parece que está
aún más lejos de resolverse con este gobierno, que ha roto todo vínculo con la
guerrilla del ELN a raíz del atentado con bomba a la Escuela General Santander
en Bogotá.
En este sentido, improvisa en materia de relaciones
diplomáticas, cuando le pide a Noruega y Cuba, dos de los países garantes para
los diálogos con el ELN, que capture y entregue a Colombia la delegación de
esta guerrilla que está en La Habana, a sabiendas de que fue el Estado
colombiano el que solicitó a dichas naciones su mediación.
Por otro lado, una sociedad cuyas instituciones
sufren una crisis profunda por la pérdida de legitimidad, como la Fiscalía,
cuyo jefe, Nestor Humberto Martínez, ha desatado un movimiento ciudadano
anticorrupción que pide su renuncia. ¿Cómo va a ir a reclamarle a otro Estado
que corrija sus vicios, si no ha sido capaz de afrontar y resolver los suyos?
Finalmente, una sociedad que se pretende
democrática pero que con la indiferencia de un amplio sector de ella, ha
permitido o consentido el exterminio sistemático de líderes y lideresas de
base, campesinos, afros, indígenas, reclamantes de tierras, sindicales, LGTBI,
mujeres activistas por sus derechos, ambientalistas, y un largo etc. ¿Con qué
autoridad señala de graves los problemas del vecino y lo acusa de dictadura, si
en su propia casa le da la espalda a sus connacionales que están siendo
asesinados?
*Licenciado en Historia Económica de la
Universidad de Estocolmo. Ensayista
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