Venezuela: golpe, crisis y perspectivas
Gabriel E. Merino*
La maniobra de autoproclamación de Juan Guaidó como
presidente interino de Venezuela sufrió por lo menos tres reveses.
El principal de ellos, por la característica
central del golpe, fue el rechazo del Consejo de Seguridad de la ONU a la
injerencia de Estados Unidos en Venezuela en una ajustada elección.
Esta paradójica derrota internacional de la
auto-proclamada “Comunidad Internacional” seguramente no frenará a Occidente,
encabezado por Washington, en su accionar por derribar a Nicolás Maduro. Ello
es un interés geopolítico hoy innegociable. A nuestros “demócratas” y
“republicanos” de occidente poco les importa la voluntad de la comunidad
internacional y sus instituciones cuando estas no les dan la razón. Pero, sin
lugar a dudas, el resultado resta legitimidad a la maniobra y fortalece la
posición internacional del gobierno de Venezuela.
El segundo revés fue que la maniobra de
autoproclamación de Guaidó no logró quebrar las fuerzas armadas bolivarianas y,
a partir de allí, avanzar en el golpe contra Maduro y/o en el desarrollo de una
guerra civil que le permita eliminar de cuajo a las fuerzas chavistas (que van
más allá de la figura del propio Maduro y su gobierno).
En este escenario, la alternativa de una invasión
externa es muy complicada:
A) por la fortaleza de las fuerzas armadas
bolivarianas, las extendidas milicias populares bolivarianas y el material
bélico de primer nivel mundial que posee Venezuela (especialmente ruso);
B) por las dudas de Colombia de movilizar sus
fuerzas armadas y perder territorio en manos de paramilitares y sectores
guerrilleros (en un país con 8 millones de desplazados de los que no se habla)
y el rechazo de las fuerzas armadas de Brasil en intervenir en un conflicto
armado en otro país;
C) porque el régimen estadounidense viene de una
derrota militar en Siria, en Afganistán está completamente empantanado, en Irak
le salió el tiro por la culata, destrozó Libia pero no logró imponer un orden,
etc., y no puede avanzar en una invasión si esta no está encabezada por fuerzas
regionales.
En la región es fundamental además de Rusia y su
poderío militar, la posición del gigante asiático, China, principal socio
comercial de Suramérica. Esto resulta un importante escollo para el
imperialismo americanista hoy dominante en Washington, que considera central el
dominio del Hemisferio Occidental (entiéndase el continente americano) para
desde ahí librar la lucha de poder con sus rivales. Negocios son los negocios
dice el dicho: por más que las oligarquías locales se alineen a Estados Unidos
en materia geopolítica, quieren seguir haciendo muy buenos negocios con China
vendiéndole las materias primas que necesita. Y ello siempre tiene
consecuencias geopolíticas y geoestratégicas.
El tercer revés fue la importante movilización en
respaldo del gobierno de Maduro. Ello volvió a demostrar que el chavismo tiene,
a pesar de la profunda crisis económica y política, una enorme fortaleza
popular. Está densamente organizado y constituye la identidad política
fundamental de las clases populares, aun de aquellos sectores que no apoyan al
gobierno de Maduro. Estos rechazan cualquier golpe orquestado desde Washington
y el retorno al neoliberalismo. Dicha fortaleza es también lo que explica el
respaldo electoral que conserva el gobierno. Incluso en plena hiperinflación
impulsada por el bloqueo económico de Estados Unidos que va a cumplir dos años,
la caída en la producción de petróleo y los problemas internos, entre otras
cuestiones.
Estos reveses no significan que el golpe se
encuentre desarticulado, sino que el gobierno de Maduro pudo mantenerse y
detener por el momento el intento de que Venezuela corra la suerte de Libia,
último desaguisado imperial que implicó para el país con el mayor índice de
desarrollo humano de África la destrucción absoluta y una eterna guerra civil.
¿Es posible la negociación y una
salida pacífica?
Hay por lo menos dos o tres escollos centrales para
ello. El primero es que Estados Unidos no quiere. El americanismo dominante en
Washington quiere eliminar de cuajo al chavismo, ni siquiera le sirve una
derrota electoral de las fuerzas políticas chavistas ya que en este caso dichas
fuerzas quedarían subordinadas, pero se mantendrían como actores fundamentales
del estado venezolano, debajo del cual existe la mayor reserva de petróleo del
mundo.
Hoy el americanismo (Trump, Pompeo, Pence, Bolton)
juega a la a profundizar el golpe, bloquear cualquier acuerdo y apostar a la
posibilidad de una guerra civil, convirtiendo a la región en una suerte de
Medio Oriente en el patio trasero. La presencia económica de China en América
Latina, lo cual es considerado públicamente
como una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos por parte del
propio jefe del Comando Sur (no sólo en informes o en dichos de asesores),
junto con la presencia militar y económica de Rusia en Venezuela, exacerba los
desquicios belicistas.
Por ello las amenazas constantes de una
intervención armada. Por ello hablan sin tapujos los principales cuadros del
gobierno estadounidense de volver a la Doctrina Monroe (si alguna vez la
abandonaron…). Por ello sus gobiernos más afines hablan públicamente y sin
tapujos de eliminar a la oposición ya sean “rojos”, “populistas”, etc.
Este es el sentido del bloqueo económico que desde
el 2017 produce escasez y lleva al desastre absoluto de la actualidad (junto
con los factores internos que aquí no analizamos), busca generar un derrumbe
estatal completo, una desmoralización absoluta del pueblo falto de medicamentos
y alimentos esenciales.
La dualidad de poder que se intenta producir con la
autoproclamación de Guaidó, sostenida fundamentalmente desde el exterior,
aunque también cuenta con una importante capacidad de movilización en la calle,
es la situación previa a una guerra civil en donde el Estado ya no contiene los
antagonismos políticos existentes y se deshace el monopolio de la coerción
legítima.
El imperio en declive, administrado ahora por el
nacionalismo americanista, quiere eliminar cualquier semilla que aleje a la
región de las directivas de Washington. Y más ahora, en pleno enfrentamiento
mundial. (Esta limpieza incluye también a los neodesarrollistas, grupos locales
que se pretendan “industrialistas” y sectores afines. Aviso porque algunos no
se dieron cuenta. En este sentido, rápido de reflejos estuvo Eduardo Duhalde en
abril del 2002 cuando condenó el primer golpe contra Venezuela. Sabía que
también era un golpe contra el “proyecto productivo” y su tenue búsqueda de una
autonomía relativa)
Por ello también, entre otras razones, Washington
solicitó a la fragmentada oposición venezolana que se levante de la mesa de
diálogo comandada por el ex mandatario español, José Luis Rodríguez Zapatero,
cuando estaban a punto de firmar un acuerdo en Santo Domingo. Por ello rechazan
la mediación propuesta y realizada por el Vaticano en su momento, o las que
ahora intentan la ONU, México, el propio Vaticano o Uruguay.
Obviamente hay muchos sectores del gobierno de
Maduro que también preferirían que estas mediaciones no existiesen. Pero no les
queda más remedio que aceptarlas, como quedó en evidencia en las anteriores
oportunidades y en el propio posicionamiento de Maduro después de los hechos
ocurridos, que a los pocos días de haber asumido como presidente para 6 años de
gobierno y luego de haberse proclamado ganador en cuatro complicadas “batallas”
electorales, debe aceptar sentarse a una mesa donde todo ello está en
entredicho.
Si bien la historia contrafáctica siempre es
engañosa, podemos conjeturar que incluso era probable el triunfo opositor en
las elecciones presidenciales realizadas finalmente en mayo del 2018, si
importantes elementos dentro de la misma no hubieran caído en una estrategia
golpista azuzados por sectores de Washington (y Miami) y hubiesen seguido, por
ejemplo, el camino de la derecha argentina. Y, claro, si mantenían su frágil
unidad, algo más fácil en una elección legislativa que en una presidencial en
la que hay que elegir sólo a uno. Esta chance era más probable aun teniendo en
cuenta el contexto regional de giro neoliberal.
Sin analizar la “necesidad” imperial mencionada,
que encuentra eco en sectores de las oligarquías locales, resulta muy difícil
entender por qué razón se lanzaron varios sectores del MUD ni bien triunfaron
en las elecciones del 2015 a la estrategia de golpe para destituir a Nicolás
Maduro. Por qué no aprovecharon la segunda victoria de la oposición al chavismo
en 20 años, bajo un sistema electoral que el ex presidente de Estados Unidos
Jimmy Carter calificó como “el mejor del mundo” en el año 2012. Por qué estos
“demócratas” llamaron públicamente a “destituir en seis meses” a Nicolás Maduro
ni bien asumieron, quien en ese entonces era el legítimo presidente de Venezuela
y había aceptado la derrota legislativa. Por qué intentaron, a partir de allí,
cuatro golpes de estado.
Ello fracturó a la oposición, la debilitó
profundamente y, sobre todo, la deslegitimó socialmente, en especial por la
violencia ejercida en las guarimbas y el descontrol nacional.
Entonces ¿hay salida?
Las oligarquías locales y distintos sectores de las
élites y grupos dominantes acompañan temerosas la estrategia planteada por
Estados Unidos, prefiriendo evitar cualquier escenario bélico, pero sin poder
dejar en última instancia de seguir a Washington. Especialmente cuando muchos
gobiernos de la región son tan americanistas como el propio Trump, en
particular Bolsonaro y Duque. En ese sentido, estas fuerzas al igual que
Washington juegan a la escalada del conflicto y a un posible escenario de
guerra civil.
La otra salida es la planteada por ciertas fuerzas
del chavismo según la cual es posible una victoria total frente al golpe y
desde ahí destrabar la situación, como sucedió entre abril y diciembre del
2002. Pero resulta complicado que el resultado sea el mismo por infinidad de
razones. Si bien el empate hegemónico venezolano se destrabó tácticamente a
favor de Maduro a partir de la Constituyente y las siguientes tres elecciones,
lo cierto es que no se resolvió estratégicamente. Se mantiene una crisis de hegemonía,
en un territorio golpeado por la hiperinflación, la guerra económica, las
incapacidades propias en un escenario regional muy adverso y produciendo la
mitad del petróleo que debería. El sostén de China y Rusia también tiene sus
límites.
Queda el camino ya transitado del diálogo y el
acuerdo, ahora promovido por México, la ONU y Uruguay con el aval del Vaticano.
Quizás los reveses mencionados pueden llevar a algunos a sentarse en una mesa.
Pero es preciso entender que un acuerdo es considerado una derrota por parte de
Washington. Sortear este obstáculo sería posible si la Unión Europea y ciertos
gobiernos de la región dejasen el seguidismo a la administración Trump en este
asunto.
En este escenario, se reafirma una vez más el
pensamiento de Bolívar: "Los Estados Unidos parecen destinados por la
providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad".
*Argentino, Doctor en
Ciencias Sociales, investigador y profesor universitario
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