Capitán ¿qué es la ideología? ¿Y el adoctrinamiento?
Jorge
Majfud*
El presidente electo de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, ha declarado que
acabará con la ideología en la educación, eliminando la educación sexual y
terminando con cualquier reflexión sobre género en las escuelas. Para lograrlo,
aparte de nuevas leyes y decretos, ha propuesto que los alumnos filmen a sus
profesores para denunciar el “adoctrinamiento izquierdista” y la
“sexualización” de los niños en las aulas.
Como consecuencia, en Brasil ya hay casos de profesores acosados y
amenazados de muerte por ejercitar la libertad de academia, un principio
sagrado que tiene varios siglos de antigüedad, aunque con interrupciones
abruptas y trágicas. Casi todos los fascismos (de izquierda y de derecha) y
hasta las democracias manipuladas por la propaganda, comienzan vigilando a los
profesores (esos ignorantes históricos que no saben qué es “la realidad”) lo
cual ha sido ilustrado de una forma muy precisa e íntima en la película sobre
los inicios del franquismo en España, La lengua de las mariposas, por dar solo
un ejemplo.
También, aunque más débiles y limitados por sus constituciones, existen
grupos de denuncia e intimidación de maestros y profesores en países como
Alemania y Estados Unidos, pero América Latina tiene una tradición más larga y
más trágica en ese sentido debido a la debilidad de sus instituciones
democráticas y de su congénita cultura colonial.
Según el capitán Bolsonaro, es urgente terminar con el “fuerte
adoctrinamiento” de “la ideología de Paulo Freire”. Siempre son los demás
quienes tienen algún tipo de ideología. El famoso educador brasileño, autor
de Pedagogia do oprimido (un clásico en la academia
estadounidense y de casi cualquier parte del mundo), había sido expulsado al
exilio por la dictadura de su país en los años sesenta “por ignorante”. Es
decir, en todo aspecto, el gran país del Sur anuncia un regreso de medio siglo
a sus tiempos más brutales y autoritarios. Esta vez, no por un golpe de Estado
militar sino a través de un golpe parlamentario, judicial y mediático, primero,
y finalmente legitimado por las urnas.
En el proyecto llamado “Escola Sem Partido”, actualmente en el
Parlamento brasileño, se propone la creación de una materia llamada, con toda
la fuerza de tres ideoléxicos duros, “Educación moral y cívica” (exactamente
como aquella que debíamos tomar en la secundaria durante la dictadura militar
uruguaya, justo cuando nuestro gobierno no era ni educado ni moral ni cívico).
Además, se propone prohibir el uso de las palabras “género” y “orientación
sexual”. Este discurso es similar a aquellos que, por todo Occidente, ahora
llaman al feminismo “dictadura de género”, sin advertir que lo hacen
reivindicando el tradicional estatus quo, cuando no la reacción, es decir, la
vieja ideología del patriarcado (cuando no abiertamente el machismo), ideología
que ha sido ejercida e impuesta con toda la fuerza y la violencia opresora de
la cultura y todas las instituciones conocidas a lo largo de siglos.
El proyecto de una “Escuela sin partido”, como el repetido discurso
social que la sustenta, no es otra cosa que la manipulación ideoléxica de una
Escuela-con-un-Partido-Único, eso que se reprocha siempre al comunismo cubano
(de los demás comunismos amigos, como el chino, ni se habla porque son
comunismos ricos). Para evitar estas connotaciones, tal vez lo llamen “Escuela
del Partido Universal”, lo cual, en oídos de sus fanáticos religiosos sonaría
como una excelente idea.
Siempre son los otros quienes tienen ideología. Siempre son los otros
quienes están adoctrinados. Para esta precaria filosofía, un ejército como el
brasileño (que, por si fuese poco festeja en las calles el triunfo de su
candidato político) no tiene ideología ni sus soldados ni sus seguidores están
adoctrinados. Para esta filosofía del garrote, ejercer el pensamiento crítico
es propio de cerebros lavados, mientras retorcerse en trance en el piso de una
iglesia o repetir cien veces una misma frase es suficiente demostración de que
alguien ha recibido la verdad absoluta sobre Dios, sobre el gobierno nacional y
sobre los problemas fundamentales de la física cuántica. Ellos no. No son
adoctrinados. Lo cual es una curiosidad histórica, ya que el adoctrinamiento
procede de inocular una doctrina religiosa, cosa que se practica con niños
desde hace siglos.
De la misma forma que cada una de las múltiples sectas están convencidas
de ser dueñas de la única interpretación posible sobre un mismo libro sagrado
(con trágicos resultados a lo largo de la historia), así también en política,
en educación y sobre cualquier dilema que haya enfrentado la humanidad hasta el
momento: la solución está en cerrar los ojos, levantar los brazos y repetir
cien veces una misma frase para evitar que el bicho de la duda y del
pensamiento crítico nos permitan ver algo de la realidad más allá de nuestros
deseos.
Ahora, recordemos que, diferente a las universidades (donde, desde hace
mil años se ha intentado promover la diversidad y la libertad de cátedra para
desafiar y empujar todos los límites del conocimiento) la educación primaria y
la secundaria están todas basadas, inevitablemente, en algún tipo de ideología
(entendiendo ésta como un sistema de ideas que intentan explicar y transformar
una realidad), en un modelo de ciudadano que una sociedad se da a sí misma,
principalmente a través del Estado (sea la educación pública o la privada
controlada por los organismos de acreditación de los Estados). Recordemos también,
si de algo importa a los fanáticos, que la educación de los niños, más allá del
adoctrinamiento religioso los domingos, como forma de lograr algún progreso en
la historia, fue una propuesta de los humanistas del siglo XV.
Pretender que un gobierno cualquiera pueda limpiar la educación de
ideología es doblemente ideológico y doblemente peligroso, porque ignora su
propia naturaleza ideológica presentándola como neutral.
Lo que cualquier gobierno y cualquier educador deberían hacer no es
ignorar su propia ideología, sino determinar qué ideología, qué filosofía, qué
metodología es la más conveniente para una sociedad, para una civilización que
progrese hacia el conocimiento, hacia la libertad, la diversidad, la civilidad
y la justicia. Libertad con igualdad y no libertad desigual, esa libertad
tradicional para goce de un solo grupo dominante o en el poder.
Como lo muestra la historia a través de innumerables tragedias, la
ignorancia nunca es buena consejera. Mucho menos cuando se la ejercita desde la
arrogancia del poder, desde la negación de un diálogo civilizado entre los
individuos y los diferentes grupos de una sociedad que, por naturaleza, está
compuesta de una gran diversidad de intereses y de formas de ser, de sentir y
de pensar.
Cuando un gobernante, cuando una sociedad no entiende este principio tan
básico, no debe esperar mejores días por delante. Porque los esclavos suelen
reproducir la moral y la ideología de sus opresores, pero tarde o temprano
llega ese día en el que nadie quiere estar.
*Escritor uruguayo estadounidense.
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