El Fidel que yo recuerdo, la penúltima vez que lo vi


Sergio Medina García*

Tendría yo siete años cuando por primera vez mi madre nos hablaba de que habían unos cubanos que peleaban en las  lomas, muy lejos  de  nuestro natal Pinar del Río, donde vivíamos junto a mis otros siete hermanos en el Fénix, a escasos metros del tal vez más pobre barrio marginal pinareño llamado el Rancho.

Recuerdo que por la carretera Luis Lazo, en las  afueras de Pinar en dirección a Guane, pasaban muchos  vehículos con militares armados y que no permitían que aun siendo niños nos reuniéramos en horas de la tarde noche.

Ese era un lugar algo complicado pues los estudiantes que realizaban sus manifestaciones llegaban hasta el cementerio, ubicado muy cerca de nuestra casa y cuando los policías los perseguían brincaban el muro y caían en el Rancho, donde se sentían protegidos por los humildes pobladores de ese lugar, pues allí ellos no entraban. Mi madre nos decía: salgan para la carretera y lancen piedras y palos para que no puedan pasar los carros de la policía o el ejército de Batista.

En el 1958 nos mudamos para Guanajay, el 1º de enero se produce el triunfo de la Revolución y el 17 de ese mes pasa una caravana por la carretera central, en ella iba Fidel, que llegó hasta el centro del pueblo donde hizo una breve escala para continuar el viaje hasta el mismo Pinar del Río.

La primera ocasión en que estuve cerca de Fidel fue el 26 de junio del 1965, no había cumplido aún los 14  años, me encontraba en el hotel Comodoro de la Habana como parte de la delegación cubana que asistiría al IX Festival de la Juventud y los Estudiantes que se realizaría en Argelia pocos días después. A las 9:50 de la noche de ese sábado, Fidel comienza su discurso y nos explica las razones por las cuales por los problemas internos en Argelia no se realizaría el Festival.

Luego nos preguntó a dónde queríamos ir, unos respondieron que  a recoger café y nos expresó que nos proponía fuéramos a Oriente a sembrar pinos y que estaría también en esa labor.

La meta era sembrar un millón de pinos en las montañas de Mayarí a donde llegamos el 6 de julio del 1965. El día 8, bien temprano fuimos a continuar nuestra labor de siembra, cuando regresábamos al campamento pasaba nuestro Comandante en Jefe, nos acercamos a él y nos informó que regresaría al otro día y sembraría mil y pico de pinos.

Fidel siempre cumple lo que dice. El 9 de julio en horas de la madrugada nos dirigíamos a los pinares y quedamos sorprendidos al ver que ya a esa hora Fidel estaba trabajando. Al regresar por la tarde y pasar por donde él estaba nos dijo que había sembrado mil 136 pinos y agregó que “había cumplido”.

Mi madre, que desde niño nos inculcó el amor al Comandante en Jefe Fidel, apenas si tenía un tercer grado y hasta el último aliento defendió a Fidel, falleció a los 95 años, un 2 de enero del 2004. Estando ya muy mal de salud, en los últimos días de su vida, el cura de Guanajay que conoció el delicado estado en que se  encontraba ella, fue a ver a mi hermana y le pidió hablar con mi madre, que ya tenía  momentos en que perdía la memoria y otros de alguna lucidez.

Después de mucha insistencia el cura y de  varias  visitas, mi hermana  accedió a que a que hablara con ella. En la pared, al lado de su cama, tenía como algo muy preciado: una foto en la cual aparecíamos mi esposa y yo junto a Fidel, esa foto nadie la podía quitar de ese lugar, era como su amuleto que la protegía.

El cura fue llevado hasta el cuarto y comenzó a hablar con mi madre, lo que hacen algunos en los casos de personas que ellos no le ven esperanza  alguna de seguir viviendo. De pronto, en medio de la conversación coherente e incoherente de mi madre, el cura mira a la pared y le dice pero ese que está ahí es el Presidente de Cuba. Me cuenta mi hermana que mi madre abrió los ojos como si la hubiesen dado un fuerte corrientazo y comenzó a hablar con el sacerdote con total lucidez explicándole en detalle el origen de esa foto con Fidel. Es como si Fidel le diera vida, ella lo sentía así y era verdad, era su amuleto que la protegía.

Guardo con el mayor esmero copia de esa foto que mi madre tenía, donde junto a mi compañera, Fidel nos saluda y que fue tomada en el lobby del hotel Jaraguá, en Santo Domingo, República Dominicana, al concluir su participación en la II Cumbre de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), que sesionó del 17 al 19 de abril de ese año.

Fue muy emocionante tener cerca a Fidel y mejor aún poder saludarlo. Cuando lo vimos frente a nosotros con su mano extendida, me imaginé que un hombre de su gran estatura y corpulencia, a quien tenía que levantar mi cabeza  para verlo completo, debería tener unas manos fuertes y duras, pero me equivoqué totalmente, sus manos parecían como de cáscaras de cebolla o de seda por la suavidad de su piel, aunque a su vez se denotaba mucha energía y firmeza en las mismas. Eso nunca lo olvidaremos.

Tuve intención de expresarle: Usted es un hombre al que siempre lo acompañan las victorias, como esta misma Cumbre que concluye por casualidad de la vida en la fecha en que Cuba lograba otra victoria mucho mayor, la que ocurrió 38 años antes, cuando al frente de su pueblo se derrotó la invasión mercenaria en Playa Girón, pero la emoción de tenerlo tan cerca y tocarlo, lo digo con toda sinceridad, me impidió que salieran esas palabras. Pienso que por el simbolismo de la fecha, seguro a Fidel le hubiera gustado le recordara ese momento histórico.

La penúltima vez que lo vimos, pasó a escasos 4 metros de  nosotros, fue el 30 de noviembre del 2016 alrededor de las 7:35 de la mañana en la Avenida Paseo muy cerca de la Calle 23 en el Vedado.

Iba en una pequeña urna carmelita, protegido por la bandera de la estrella solitaria, bellas flores y un mar de pueblo que lo quiere y lo lloraba. Marchaba a la eternidad a encontrarse con Céspedes, Mariana y Martí.

Fue esa la penúltima y siempre será la penúltima vez que lo vimos, porque lo sentimos en el éter, en las calles que caminamos, en la plaza, su Plaza de la Revolución, en los niños que van a la escuela, en los jóvenes y ancianos, en toda Cuba, en el aire que respiramos, porque como lo fue para mi madre, él siempre estará con nosotros y nosotros con él, hasta el último aliento, como el amuleto que nos protege y nos  salvará.

*Periodista cubano

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