Los mercenarios hablan, gritan y ladran: sirven al imperialismo
Humberto Vargas Carbonell*
Informan que en
Washington se reunieron grupos de la oposición al Gobierno de Nicaragua. Se
reúnen en Estados Unidos para conseguir canonjías a base de hacer genuflexiones
ante promotor de todos los crímenes y bandidajes que ocurren en el mundo
entero. Aunque parezca ocioso decirlo, me refiero a Trump imperator y a sus
secuaces.
Mientras los
billetes verdes sean de aceptación cuasi universal correrán detrás ellos, con
la fiereza de un gatillo con hambre; son aquellos que no tienen patria ni
dignidad y por eso viven rendidos ante el putrefacto mecenazgo de los enemigos
de los pueblos.
El imperialismo
cuenta con miles de armas de destrucción masiva y con el poder del dinero que
le permite penetrar hasta los más finos resquicios de la inmoralidad de los inmorales.
Pero tiene otra fuerza terrible, el monopolio mediático que ha puesto en acción
a un poderoso ejército de falsarios y descarados mentirosos.
A la injerencia
imperialista y a sus agresiones directas se les dan nombres diversos, casi
siempre nacidos de la intelectualidad gringa. Ahora hay golpes duros y golpes
suaves; a las guerras imperialistas las han clasificado según una complicada
escala de “generaciones”. Debo confesar que estas complicaciones semánticas no
me convencen y no me parecen aceptables.
Claro que el
mundo social y político evoluciona y cambia, igual que lo hace la naturaleza.
Pero existen fenómenos que no requieren nuevas nomenclaturas y que estas
novedades idiomáticas solo sirven para oscurecer lo que siempre ha de estar
claro.
¿Por qué dar
nuevos nombres a fenómenos que no han cambiado su esencia? El conflicto
histórico natural entre las clases sociales en las condiciones del modo de
producción capitalistas se llama lucha de clases. Así se llamó y se llamará
siempre. Lo cierto es que, como se dice en el Manifiesto Comunista, la
“historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de
las luchas de clases”.
El señor
Fukiyama concluyó, en un libro interesante y espeso, que la historia había
muerto. El monopolio mediático inició una enorme campaña para la construcción
de lápidas diversas con una inmensa cantidad de epitafios. A los comunistas nos
bombardeaban con las más diversas interpretaciones de la muerte de la historia,
puesto que celebraban que con la muerte de la historia habían muerto Marx,
Engels, Lenin y todos los revolucionarios, incluyendo a Fidel Castro y al
humilde militante que escribe esta nota.
Pareciera que
el arsenal de las falsedades y mentiras que forman la armadura del monopolio
mediático está totalmente automatizado: tocan un botón en Washington y el
ejército falsario comienza a vomitar su bazofia ideológica. Mientras el jefe
mantenga su dedo en el botón no pueden callar, ni para tomar aire. A veces
hablan, a veces gritan y muy a menudo ladran.
No pretendo
hacer un prontuario de las necedades, ni de las locuras y vulgaridades que
logra parir su sesera enferma. A veces parece que padecen de una rara
enfermedad, que se me ocurre que podría llamarse “Esquizofrenia mercenaria”.
Viven como el loco en un mundo irreal. Cualquiera que visite Nicaragua o Cuba o
Venezuela fácilmente verá que lo que pregonan no tiene ningún asidero en la
realidad. Pero lo peor, no logran ver o están cegados por la esquizofrenia
mercenaria que el gestor de los problemas es su jefe y patrón, el imperialismo
yanqui.
*Abogado,
sociólogo y político costarricense
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