“Evo es el único que puede dar continuidad a este proyecto”
Sofía Solari
Álvaro García Linera sostiene que, a diferencia de otros países, en
Bolivia el modelo económico no está en debate, porque “la derecha no tuvo la
capacidad de interpelar las estructuras de crecimiento”.
Habla de los desafíos de la izquierda. Este es un corto invierno para
las fuerzas progresistas, augura el Vicepresidente de Bolivia en conversación
con Página 12, en su corta y aclamada pasada por Buenos
Aires.
El pensador boliviano intervino en el Primer Foro Mundial de Pensamiento
Crítico de Clacso y delineó las claves para el regreso de las izquierdas en la
región.
“En la práctica las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de
gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra
manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido
en las últimas décadas”, afirmó.
Linera junto al presidente indígena Evo Morales lideran un proceso
transformador en Bolivia que va por su cuarta elección.
–En estas dos semanas en curso, Buenos Aires es sede de dos eventos
importantes. El Primer Foro de Pensamiento Crítico de Clacso, pero también del
G-20. ¿Qué cuestiones se disputan en cada uno de esos espacios?
–Yo veo al encuentro convocado por Clacso como un gran escenario de
construcción de un horizonte colectivo frente al conjunto de problemas y
retrocesos que se presentan en el mundo –y que se irán agudizando. De este
encuentro la izquierda mundial tiene que sacar lecciones, de los logros pero
también de las derrotas.
En cambio, el encuentro del G-20 va a ser el encuentro de un capitalismo
esquizofrénico, carente de horizonte compartido y lleno de confrontaciones,
porque los países que alaban la iniciativa privada, como Estados Unidos, ahora
hablan de protección, y los que tenían una fuerte presencia estatal en la
economía ahora hablan de globalización y librecambio.
Entonces, el encuentro de Clacso es, en cierta medida, el esfuerzo más
racional que tenemos hasta ahora de buscar salidas y alternativas, desde el
ámbito de lo popular, a este derrumbe de certidumbres y horizontes compartido
por parte de las grandes potencias mundiales.
–¿Hace falta una actualización de las categorías para entender este
nuevo desorden?
–Necesariamente necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que
nos permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para
proponer algo en el mundo. Ahora hay un gran desorden, un caos de sentido y
para sobrepasar este momento necesitamos una gran dosis de creatividad.
–¿A qué se debe la pérdida de horizonte y este caos de sentido?
–Es que se agotó la narrativa y se agotó el combustible de la
acumulación neoliberal que surgió en los años 70. La lógica de un mundo
dirigido a procesos cada vez más globalizadores y de aperturas de fronteras,
que se supone que iba a generar bienestar y progreso para todos, no funcionó.
Los primeros malestares aparecieron en América Latina, donde las fuerzas
progresistas intentaron dar una respuesta a ello, pero después vimos cómo
llegaron los descontentos a las articulaciones centrales de la economía
mundial. Lo vimos en Grecia, España, Francia e Italia, y últimamente en Gran
Bretaña con el Brexit y en Estados Unidos con Trump. Entonces, la idea de que
la globalización era el medio mediante el cual la humanidad iba a progresar
fracasó, es una promesa fallida.
–Sin embargo, Bolivia parece ser el único país de América Latina que
logró mantener un Gobierno progresista que, además, tiene un gran crecimiento
económico. ¿Cuáles son las claves para entender este proceso?
–Una de las claves de la sostenibilidad de un gobierno progresista es y
tiene que ser la economía. Al mismo tiempo esa es, quizá, una de las
debilidades que se ha mostrado en esta primera oleada.
En el caso de Bolivia, parte del éxito radica en esta preocupación por
la economía, fruto de que nuestra generación vivió la derrota de la izquierda,
hace 20 años, precisamente por una mala gestión económica que abrió paso a que
la derecha avasallara durante 20, 25 años.
De aquella experiencia apuntamos cuatro cuestiones centrales. Primero,
que el Estado controle, como propietario, los principales sectores generadores
de excedente económico: hidrocarburos, electricidad y telecomunicaciones.
Segundo: redistribuir la riqueza pero de una manera sostenible, de forma
que los procesos de reconocimiento y ascenso social de los sectores subalternos
populares e indígenas tenga una sostenibilidad en el tiempo.
Tercero: apuntalar el mercado interno; cuarto: articulación entre el
capital bancario y el productivo, lo que implica que el 60% de los ahorros de
los bancos se dirige al sector productivo, generando mano de obra. Y por
último, estabilizamos la moneda y bolivianizamos los ahorros.
–En el último tiempo aparecieron en escena las fake news.
¿Qué lectura hace de este fenómeno?
–No considero que las redes fabrican victorias. Lo que hacen las redes
es debilitar las fortalezas del opositor. Me parece que la pregunta que tenemos
que hacernos en este momento es: “¿qué condiciones latentes hay en la sociedad
que pueden ser explotadas y radicalizadas mediante las redes?”.
Lo que es interpelado con las redes es un conjunto de componentes del
sentido común neoliberal: el miedo, el individualismo, la competencia, el
gregarismo, el racismo y la salvación externa. Este sentido común popular está
latente desde hace mucho tiempo y el momento progresista no lo pudo anular,
simplemente los fracturó temporalmente.
–Además se ve un uso de la información personal con fines políticos...
–Todo ese tema nos agarró a los gobiernos progresistas en pañales, como
quien dice. Porque quienes son más hábiles para manejar esos temas son los que
usan los algoritmos en las empresas, los que ya hacen negocios. Cuando entras
al celular, esas empresas ya saben tus compras, tus preferencias. Hay un
algoritmo que es utilizado para incentivar a comprar otra cosa.
Mientras nosotros estamos pensando cómo mostrarnos buenas gentes en las
redes, otros supieron utilizar las emociones para generar animadversión contra
los compañeros. “¿Quiénes tuvieron esa facilidad?”, fueron las personas que se
movían ya tiempo atrás en el uso de los algoritmos para fomentar las compras
empresariales.
Ahí el sector empresarial nos llevaba ventaja por lo menos de media
década. Lo que hicieron fue traspasar el uso económico de las redes al uso
político, mientras que nosotros recién estábamos descubriendo el uso político
de las redes de una manera muy ingenua. Y eso ha contribuido a que estemos
atrasados en esta batalla.
–¿Cómo se puede fortalecer la democracia y no permitir que los gobiernos
sean víctimas de golpes blandos como los que sucedieron en la región?
–No puedo hacer consideraciones particulares de lo que sucede en otros
gobiernos, pero sí sé que no es posible ser permanentemente impunes ante los
agravios, ante la gente.
Los abusos que se están incrementando en América Latina no pueden ni van
a ser indefinidos. La gente tiene tolerancia, es flexible, pero eso no es un
cheque en blanco para un uso indefinido de esas tolerancias morales de la
gente.
Los agravios se acumulan, los abusos se sedimentan y habrá un momento en
que la gente se canse de los abusos y de los maltratos. Y ahí es cuando
estallan las protestas, las resistencias y las indignaciones morales que mueven
a las sociedades.
Entonces, todo gobernante tiene que saber que no se puede abusar
indefinidamente de la buena fe de las personas y que la gente tarde o temprano
despierta, rompe los moldes, las tolerancias y pasa factura al gobernante.
–El año que viene hay elecciones presidenciales en Bolivia, sin embargo,
hasta ahora la oposición va fragmentada. ¿Cómo ve ese escenario?
–Nosotros tenemos una ventaja y es que la derecha en Bolivia no tuvo la
capacidad de interpelar las estructuras de crecimiento de nuestro país, es
decir, que lo que está en debate en las próximas elecciones no es un modelo
económico, como sí pasa en el resto de la región, si no que el debate gira en
torno a quién le da continuidad a nuestro proyecto económico. Esa es nuestra
ventaja y lo que tenemos que transmitir es que Evo es el único que puede
garantizar la continuidad.
–¿Qué opina de Trump?
–Me provoca curiosidad. En cierta medida Trump es una respuesta anómala
a un malestar popular y laboral norteamericano que el ala demócrata no supo
entender, no supo captar.
En el fondo, los populismos de derecha son el resultado de una audaz y
agresiva política progresista y de izquierda. Y en cierta medida (Bernie)
Sanders expresaba lo que se estaba gestando, un malestar frente a la
globalización.
Un malestar frente al incumplimiento de las expectativas de la
globalización y la izquierda, en vez de articular ese malestar y canalizarlo
progresivamente, se volvió cómplice de esas políticas. Y al hacerlo provocó que
el ala de los republicanos canalizara ese malestar pero hacia el ala más
pervertida, buscando la explicación de la frustración o de la falta de empleo
de ciertos sectores no en la globalización sino en los migrantes, en los
extranjeros.
Algo parecido al fenómeno de Trump pasó en Italia y estuvo a punto de
suceder en Francia. Por eso esto es un llamado más de atención a las fuerzas
progresistas, porque era la izquierda la llamada a armar un relato movilizador
de ese descontento y no lo hizo.
–¿Cree que en la región tenemos para largo rato con la vuelta de estas
derechas neoliberales?
–No es lo que esperamos. Este es un corto invierno para nosotros porque
la vuelta al mando de las fuerzas neoliberales carece de expectativas a mediano
y largo plazos.
Los gobiernos que están dirigiendo ahora la política latinoamericana no
han fundado su regreso en el diseño de un horizonte de esperanzas, de
expectativas, sino que han basado su regreso en una muralla de resentimientos y
de odio, y ese no es un combustible que dure mucho. Despierta emociones muy
intensas, despierta pasiones muy acentuadas pero también pasiones y emociones
efímeras.
La derecha está ahora en un momento de impasse histórico. La derecha
planetaria y las derechas continentales no saben el rumbo que van a tomar, se
apegan de manera casi ciega y desesperada a viejas prácticas y viejas
decisiones que están empeorando las economías de sus países -que están
generando más malestar que el que quisieron resolver- y no tienen otro libreto.
Esta es una derecha tacticista y no se puede mantener indefinidamente a
una sociedad en una situación de incertidumbre estratégica. Ninguna sociedad
aguanta. Esta es una derecha sin brillo y que no puede generar adhesiones
fuertes y duraderas.
–¿Qué camino deben tomar ahora las izquierdas?
–En principio, las fuerzas progresistas tienen que crear la capacidad de
remontar el ruido y volver a redefinir un camino más o menos claro y preciso de
cómo superar este conjunto de adversidades que ahora agobia a la gente.
En la práctica las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de
gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra
manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido
en las últimas décadas.
Porque la izquierda llega al gobierno con un discurso movilizador,
agrupando a los agraviados, planteando una reivindicación, pero cuando fruto de
sus acciones hay una parte que asciende socialmente, el discurso del desagravio
ya no funciona. Y ahí es cuando tienen que complejizar el discurso.
Y la otra cuestión clave es que las políticas de movilidad social de los
sectores populares tienen que tener una sostenibilidad en el tiempo, porque
cuando no la tienen los sectores sociales que ascendieron fácilmente pueden
adoptar el punto de vista de los sectores más conservadores, que desde un
inicio se opusieron a estas políticas de movilidad social. Y entonces se da la
paradoja de que gobiernos progresistas pierden por la votación de personas que
habían logrado ascender socialmente gracias a las políticas económicas de esos
gobiernos progresistas.
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