La “nueva” política exterior brasileña parece diseñada por Kissinger y Golbery
Álvaro Verzi Rangel*
Si durante toda la campaña electoral las ideas sobre política exterior
de Jair Bolsonaro, obsesionado por una íntima relación con Donald Trump (y su
Gobierno), fueron muy reduccionistas, en su primer discurso poselectoral dejó
en claro que pretende “liberar” a Brasil y al Ministerio de Relaciones
Exteriores de las relaciones “con sesgo ideológico y mantener relaciones con
las naciones desarrolladas”.
El programa de Gobierno del próximo presidente tenía solamente una
página dedicada a la política exterior, la cual hablaba muy poco,
concretamente, acerca de lo que iba a hacer o de cómo la iba a implementar. La
política exterior no estuvo presente en los debates ni en los discursos de los
diversos candidatos durante la campaña.
No le será fácil al excapitán del Ejército armar una política, dada la
mezcolanza de ideas neoliberales que vienen desde el gabinete económico de
Paulo Guedes y la vieja doctrina de los militares del desarrollo nacional,
a la que Gilberto Rodrigues califica como neo-nacionalismo tropical.
Lo único que queda claro es que la ideología de ultraderecha va a reemplazar a
la llamada de izquierdas de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff.
“No podemos seguir coqueteando con el socialismo, el comunismo y el
populismo, y con el extremismo de izquierda”, dijo en su evocación de la época
de la Guerra Fría, mientras tuiteaba que iba a trabajar junto a EEUU “en
comercio, asuntos militares y todo lo demás”.
Estas palabras hacen recordar el acuerdo entre el gobierno militar
brasileño de la década de los 1970 y EEUU cuando Washington dispuso que Brasil
fuera el único interlocutor en América Latina, el sub-imperio que tuvo en el general
Golbery de Couto e Silva a su mayor exponente estratégico.
Queda claro, también, su distanciamiento de los procesos de integración
y su predilección por las relaciones bilaterales, donde Brasil puede imponer su
poderío.
Uno de los momentos más controvertidos de la campaña de Bolsonaro fue
cuando afirmó a los periodistas que, si él era electo, Brasil dejaría la
Organización de Naciones Unidas, porque perdió legitimidad y perdió su
importancia.
"Brasil es un país muy importante hoy y que realmente no puede
abdicar de ese papel internacional y necesita, exactamente, actuar con madurez,
con realismo (…) No debe renunciar a espacios en órganos multilaterales, que
son arenas de la política internacional ", apuntó el académico Alves
Pereira, de la Universidad Federal de Rio de Janeiro.
Los primeros países que pretende visitar son Chile, EEUU e Israel, tras
anunciar que trasladará la Embajada brasileña de Tel Aviv a Jerusalén, por
presión de los pastores evangélicos. No habrá nada de pragmático en las
visitas, sino la demostración de su opción ideológica.
No está nada claro cómo manejará su relación con Argentina, que desde el
fin de la dictadura ha sido el “socio principal” no solo comercial sino
estratégico en política. Es el tercer país que más productos brasileños importa
y cambiar la prioridad hacia Chile es un giro ideológico más que pragmático.
Todos los procesos de integración ya están en entredicho (vaciados,
maniatados) desde el golpe policial-judicial-parlamentario del 2016: Mercosur,
Unasur, Celac.
¿Fin de la industria?
Las medidas iniciales trazadas por Bolsonaro y Paulo Guedes amenazan de
muerte a la industria brasileña y al sector productivo del país.
La primera promesa es el abandono del Mercosur, destino del 10% de las
exportaciones, que significó en el 2017 un superávit de casi 11 mil millones de
dólares, el 16% del superávit de Brasil en el comercio con todo el mundo. Más
del 85% de las exportaciones a los países del Mercosur es de productos
industrializados, manufacturados o semi-manufacturados, con mayor valor
agregado.
Con el resto del mundo la pauta exportadora es de materias primas
o commodities, por eso el Mercosur es fundamental para el desarrollo
industrial, científico y tecnológico brasileño y base para la generación de
empleo y renta, seña Jeferson Miola.
Otras medidas perjudiciales para la industria brasileña son la extinción
del Ministerio de Industria, Comercio Exterior y Servicios y la absorción de
sus funciones por el hipertrofiado Ministerio de Economía, la cartera de la
rapiña financiera, y la contención del dólar, inclusive mediante el discutible
uso de las reservas cambiarias para excitación de la banca internacional.
La apropiación del real quita competitividad a los productos brasileños
en el exterior y amenaza la supervivencia del parque industrial y los sectores
productivos.
La Confederación Nacional de la Industria (CNI), la Federación de
Industriales de Sao Paulo (FIESP) y las entidades del empresariado que actuaron
decisivamente en el proceso iniciado en el 2014 para la desestabilización y
derrocamiento de la presidenta Dilma Rousseff, y que culminó en la elección de
Bolsonaro, están ante un dilema.
China ¿no existe?
China, el principal comprador de los productos brasileños, no ha
aparecido en sus discursos, pese a que controla el Nuevo Banco de Desarrollo de
los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), principal fuente de
recursos fuera de los organismos multilaterales como el FMI y el Banco Mundial,
que está abriendo su oficina en Brasil.
"El Gobierno tiene la intención de privatizar sectores de la
economía y los chinos son grandes inversores. Yo creo que las relaciones con
China van a mantenerse fuertes, pero con los demás países del Brics podrían ser
bastante secas", opinó Diego Pautasso, profesor de Relaciones
Internacionales y Geografía del Colegio Militar de Porto Alegre.
Su plan habla de “El Nuevo Itamaraty” y señala que “dejaremos de alabar
dictaduras asesinas y de despreciar o incluso atacar democracias importantes
como EEUU, Israel e Italia. Se supone que se refiere a Cuba, Venezuela y
Nicaragua.
Y también se refiere a la centralidad del Ministerio de Defensa en su
gabinete, cargo ocupado por un militar por primera vez desde el golpe del 2016
y para el que designó al general Augusto Heleno, un líder carismático en el
Ejército, quien fue el primer comandante jefe de la Minustah, la misión de la
ONU en Haití. Los analistas suponen que su influencia sobrepasará su cargo y
tendrá mucha influencia en las relaciones exteriores.
Los analistas temen que Bolsonaro y Heleno, presionados por el estado de
Roraima –fronterizo con Venezuela- suscriban un pacto con EEUU y Colombia para
intervenir en ese país (del que depende el abastecimiento energético del Norte
y noreste brasileños), pero saben que esa tesis tiene fuertes resistencias en
las Fuerzas Armadas y en la Cancillería.
¿Vuelve la doctrina Kissinger-Golbery?
En el 1973, el secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger,
enunciaba en Panamá el propósito de reemplazar el liderazgo de EEUU en el
continente por el de aliados eficientes y fieles como Brasil. Una política de
delegación de poder: la vieja estrategia del británico Canning.
Cuando la visita del dictador Emilio Garrastazú Médici a EEUU, el
presidente Richard Nixon "oficializó" a Brasil como el modelo
norteamericano para el desarrollo de América Latina. Consagraba a Brasil como
el sub-imperio:
"Sabemos que en la medida en que Brasil progrese, así también
progresará el resto del continente sudamericano. EEUU y Brasil, amigos y
aliados en el pasado, son y serán amigos fuertes y próximos. Trabajaremos
juntos para un futuro mejor para su pueblo, para nuestro pueblo, para el pueblo
del resto del continente", dijo.
Nixon recomendó el camino brasileño de desarrollo como El Camino para
los demás países del hemisferio: como reconocimiento a la brillante actuación
del régimen militar brasileño en favor de los intereses oficiales y privados
estadounidenses en el continente, EEUU resolvió premiar a Brasil con un nuevo
ascenso jerárquico dentro del esquema mundial de poder centrado en Washington.
En el 1976, cuando la visita de Kissinger, se concretó el esquema.
“Como si fuera el Papa en la época de los descubrimientos, dividiendo el
Nueva Mundo entre España y Portugal, o Metternich y Canning en la Europa de
pos-restauración, el megalómano profesor de Harvard resolvió consagrar a Brasil
como potencia y atribuirle una especie de tutela, a ser ejercida en nombre de
Washington, sobre toda América Latina”, señalaba el brillante analista
brasileño Paulo Schilling, entonces.
Además de atribuir a los militares brasileños esa "misión
especial", Kissinger estableció con el Gobierno de Brasilia un sistema
especial de consultas "de potencia a potencia" (como orgullosamente
se decía en Brasil).
Considerando que Washington había firmado con Japón un compromiso
equivalente (que le aseguró un status de potencia), se verificó
una euforia generalizada entre los militares y tecnócratas brasileños.
Al analizar fríamente las consecuencias de lo acordado en Brasilia se
pudo concluir que el clásico sistema interamericano-multilateral (y
aparentemente igualitario) estaba seriamente afectado.
Se concretaba la aspiración máxima del general Golbery do Couto e Silva
y de los militares de derecha brasileños: un nuevo esquema de poder en el
continente americano que asegurase a Brasil un papel privilegiado, el de
principal satélite de EEUU.
El propósito era establecer que el camino más corto hacia Washington,
desde cualquier república latinoamericana, pasase necesariamente por Brasilia.
Establecido el eje fundamental -Estados Unidos-Brasil- se conformarían, a
partir de este último, los ejes secundarios: Brasil-Argentina, Brasil-Paraguay,
Brasil-Uruguay, Brasil-Chile, etcétera.
Se intentaba la integración con base en esquemas bilaterales,
protagonizada por Brasil, actuando en nombre de EEUU y de las empresas
transnacionales.
*Sociólogo venezolano, codirector del Observatorio en Comunicación y
Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (Clae)
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